La Ofrenda de las Fallas 2022 pasará a la historia como una de las más difíciles de la historia. Y aún así, por lo menos en lo tocante a su primer episodio, hay que dar gracias, porque lo que se temía iba a ser un diluvio se quedó en una tarde-noche desapacible, con aguacero ocasional, a veces imperceptible, a veces más intenso, pero que no llegó a poner en peligro la celebración del mismo.

Eso sí, con una temperatura bajísima, viento y, en definitiva, todos los elementos necesarios para hacer del festejo un episodio épico. Un pasaporte a la pulmonía, pero también una puerta a recuperar las costumbre que se habían perdido por la pandemia y que ahora que han regresado, Celia ha venido a enturbiar.

Pero las Fallas están dispuestas a todo con tal de celebrar su fiesta. Tanto como que para esta edición tan especial, en el que las Fallas han vuelto a unas condiciones de normalidad casi absoluta (si no fuera por la indeseada tormenta), el símbolo que aparece en el manto de la Virgen cristiana es un mito griego: el Ave Fénix, que es quien mejor puede representar el particular resurgimiento de una fiesta que tiene mucho trabajo por delante.

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Lo primero que hay que decir es que la Ofrenda estuvo en serio peligro y que había argumentos que jugaban a favor o en contra de suspenderla o cancelarla. Finalmente, el factor que decidió al ayuntamiento y a la Junta Central Fallera sacarlo adelante (algo que no se confirmó hasta un par de horas antes de empezar) era científico y emocional. El primero, porque las previsiones meteorológicas hablaban de unas condiciones soportables. No «mejorar», pero tampoco empeorar. Y por otra, las enormes ganas de las comisiones de salir a la calle y sentirse, nuevamente, personas falleras. Prueba de ello es que la convocatoria -a falta de que se den datos de recuento- fue muy buena en cuanto a número y dio la sensación de que desfilaban muchas más personas que en la tórrida ofrenda de septiembre.

Había también otro factor a considerar, pero que es tan invisible como necesario: el operativo logístico de organización y seguridad, que no es nada fácil de montar. Incluso otro: la idea de celebrar un resopón de fiestas falleras el domingo no está garantizado, porque la inestabilidad perdura. Curiosamente, la supervivencia de la flor era lo menos decisivo: el clavel habría sobrevivido bastante bien.

Poco antes ya se habían suspendido, estos sí, tanto la entrega de premios como la «mascletà».

Y así, en medio del viento, de un agua fría que calaba, con los trajes protegidos o desprotegidos, las comisiones pasaron incluso con cierto orden y concierto. Con una más que apreciable puntualidad para lo poco o nada que se podía exigir en una edición del festejo desagradable en lo externo y tan emotiva en lo interior. Aunque la llamada vuelta a la normalidad no es precisamente el ejercicio de época que se echaron a la espalda miles de personas en la tarde de ayer.

La lluvia apareció de forma persistente, pero intermitente y débil, durante toda la Ofrenda. Las lágrimas y el fervor por honrar con flores a la patrona se mezcló con una imagen poco habitual: miles de falleras y falleros, y cientos de músicos y músicas, desfilaron provistos y provistas de chubasqueros y paraguas. Los más pequeños en brazos de sus madres; o en los carritos, junto a sus padres y abuelos. En una mano, el paraguas; y en la otra, el ramo. Eso deslució el acto, pero le imprimió más autenticidad y emoción si cabe. En primera línea, las Falleras Mayores también vieron el desfile parapetadas bajo negros paraguas.