Más allá de la ilusión que puedan tener, alguien debería hacerles ver el cálculo aritmético y recordarles que tan sólo dos de cada once tendrán premio. Por paliar los disgustos posteriores. Especialmente, a las niñas. Pero las reglas del juego son esas y lo que este viernes era el ilusionante inicio de las pruebas para ser fallera mayor de València se convertirá en un excesivo drama la noche del 30 de septiembre para la gran mayoría de ellas. Y la sociedad fallera, a día de hoy, sigue sin atreverse a hincar el diente a un proceso que tiene mucho más de frustración que de alegría. Porque, además, ahora sí que es el todo o nada: de las 146 aspirantes, tan sólo 26 disfrutarán de un año inigualable. A las demás se les agradecerá haber participado y una puerta lateral del pabellón las devolverá a la realidad diaria de sus comisiones, que tampoco debería estar mal, pero que no es lo mismo sin esta ilusionante guinda a un pastel de fallera mayor que, en gran parte de los casos, ha durado tres años.
Se recuperó, así, la liturgia de la presentación general, el paseo para la foto de grupo y la primera toma de contacto. Y sin mascarillas. Se les anunció el calendario de actos colectivos -que empiezan este fin de semana- y de las entrevistas y recibir el número que servirá para identificarlas. Lo que el año pasado fue un diluvio que abortó la puesta de largo en esta ocasión fue el habitual horno, que provocó hasta dos lipotimias entre las infantiles. Ante la mirada de una amalgama de progenitores, parejas y curiosos.
También ha acabado el tiempo de preparación. Las mayores habrán preguntado en sus comisiones cuales son las claves del Congreso Fallero, «porque seguro que eso lo preguntan» y habrán ensayado discursos para los «supuestos»: cómo inaugurar un casal o una exposición «porque seguro que eso lo preguntan». Tendrán preparado un vestido de gala para el día que, con o sin previo aviso, les digan que tienen que ir de tiros largos y procurarán dibujar un relato de sí mismas lo suficientemente convincente.
Porque ahora vienen la selección de personal y la interacción con las compañeras, amigas y rivales para demostrar que merecen el premio de representar a la fiesta y hacerlo con personalidad. Dos de ellas, como acaparadoras de protagonismo. Las demás, como simple acompañamiento con pocas o nulas posibilidades de demostrar las enormes preparaciones falleras y académicas que atesoran cada una de ellas. Otra de las asignaturas pendientes.
Los jurados -lo que debería ser un cóctel heterogéneo de la sociedad fallera se ha convertido una vez más en un exceso de endogamia- disponen ahora de tres semanas exactas para formular esas preguntas o desarmarlas con algo completamente distinto. Para confeccionar dos listas de trece definitivas, llenas de alegrías y penas. Como siempre.
