Último adiós a la generación de los ‘malnoms’

Meliana utiliza su popular bando de Whatsapp –con 2.500 seguidores en una población de 100.000– para anunciar casi exclusivamente los fallecimientos del municipio. Un detalle llama la atención: todos los nombres van acompañados de motes

En el municipio explican que estos apodos, vinculados a las sociedades agrícolas, se van perdiendo a medida que desaparecen los niños de la guerra y la posguerra

Obras de nuevos nichos en un cementerio de la provincia de Valencia

Obras de nuevos nichos en un cementerio de la provincia de Valencia / Agustí Perales Iborra

Claudio Moreno

Claudio Moreno

En los últimos dos meses, Meliana ha perdido a Ramón el Burraco, Sento el de la Barraca, Toni el de las Motos o Pepica la Pola. Parece una viñeta de Francisco Ibáñez o el casting de un late night, pero este elenco de personajes habitaba con toda su verdad el paisaje agrícola de l’Horta Nord. Le daba sentido, de hecho, porque los ‘malnoms’ fueron durante muchas décadas el santo y seña de los municipios que vivían alejados de la gran ciudad. 

Hasta hoy. El mote está muriendo con la pérdida de la generación procedente de la España tradicional, anterior a la digitalización, nacida entre los años 20 y 40 del siglo XX. Los niños de la guerra y la posguerra. Lo atestigua el bando digital de Meliana. Un canal de difusión de Whatsapp al que están suscritas 2.500 personas en una población de 10.000. Mediante su moderno “Ban2.0” el Ayuntamiento difunde cada semana los fallecimientos de vecinos y vecinas del municipio y en buena parte de las comunicaciones aparecen el nombre, el apellido y el mote o ‘malnom’. 

Detrás no existe una profusa investigación y la Ley de Protección de Datos tiene poco que decir. El apodo sale como llega. “Son los propios familiares de los fallecidos quienes nos piden que incluyamos el ‘malnom’ en el bando, porque de lo contrario no les reconocería nadie”, señalan en el Ayuntamiento de Meliana sobre un canal de difusión con extraordinario seguimiento en el pueblo. 

Los municipios agrícolas como los de l’Horta Nord, en otros tiempos semiaislados de València, son los que mejor han conservado el mote. Este se utilizaba mayoritariamente entre los agricultores, pero el cambio en el modelo productivo hacia sectores secundarios y terciarios está extinguiendo la costumbre. “En el siglo XVIII y parte del XIX las personas tenían tres o cuatro nombres de pila y para no aprender tanta información se llamaban por rasgos simples. Procedencia geográfica, peculiaridad física o defecto, vicio o profesión. Estos apodos se iban pasando de generación a generación como un distintivo, pero en los últimos tiempos dejan de usarse excepto por los nostálgicos”, insiste Francisco Cardells, cronista oficial de Meliana y profesor de la Universidad Católica de Valencia. 

De este modo, el ‘malnom’ ha sido históricamente importante en pueblos como Meliana porque servía y sirve para rastrear los orígenes de una persona, distinguiéndola del “foraster” –sin derecho a mote por venir de fuera; una discriminación de baja intensidad–. “Hay personas que aún hoy se precian de llevarlos porque es como decir que pertenecen a tal casa. Incluso cuando el mote es feo, como Pixorro, la gente lo lleva con orgullo porque habla de un linaje”. 

Ese orgullo se transmite de padres a hijos. De manera oral y a través de fuentes documentales. El también historiador Albert Ferrer ha coordinado recientemente un libro de tres volúmenes sobre el centenario de la Cooperativa Elèctrica de Meliana y donde se recoge un capítulo dedicado a los ‘malnoms’ del municipio. Fue su padre, Enrique Ferrer, quien lo ordenó calle por calle tirando de memoria. En la calle de la Font vivían La Morta, Caragol, Cerrajas y Ànima. En la calle Ramón y Cajal residían el Esquilador, el Marrero y el Xurro. En la calle del Lledoner estaban Borumballa, Panera, El Cristiano y el Pito. En la Providència tenían casa Marula la Xata, la Confessora, El Sereno y Maria Moc. Y así hasta 13 páginas. 

Algunos de estos motes se escriben ahora casi a modo de homenaje en el “Ban2.0”. Es su penúltimo adiós en público. El clavo en el ataúd de una época. “En el bando de Meliana vemos dos cosas. Por un lado, que las familias se preocupan de informar sobre los motes de sus fallecidos porque es la única manera de que la gente reconozca a las personas de cierta edad y acuda al velatorio. Por otro, con los fallecimientos semanales asociados a ‘malnoms’ del municipio comprobamos que se está perdiendo esa generación que utilizaba peculiaridades para definirse y reconocerse, especialmente entre quienes trabajaban la huerta”, dice Francisco Cardells. “Hoy hay más anonimato. Lejos de utilizar aquella fórmula de confianza las personas figuran como un registro, un número. Y mientras se pierde el ‘malnom’ se va perdiendo la comunidad”. 

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