Sí, todavía queda alguna cala medio secreta. Bautizarla como secreta es ir muy lejos. A estas alturas, los turistas ya se saben todos los caminos. Pero en el litoral de la Marina Alta, hay alguna playita (se pueden contar con los dedos de una mano) que de momento escapa de la masificación. Es posible perderse y encontrar la soledad. Una bendición en los tiempos que corren. Pero esos recovecos solitarios están siempre a trasmano. Hay que caminar un buen trecho y recorrer sendas de vértigo (están colgadas del acantilado). En el caso concreto de esta cala, escondida en la abrupta costa del cabo de Sant Antoni de Xàbia, el último obstáculo a salvar es una estrecha rendija abierta entre las rocas. Al otro lado de ese resquicio, está la orilla, pequeña y de grava. La cala es mínima. Pero de belleza insuperable. Y para demostrarlo ahí está Joaquín Sorolla. Nada menos.

Esta apartada cala se halla junto a las ruinas de una plataforma de salvamento de náufragos construida en 1899. Se aprovechó el accidente natural del Morro de la Creueta para levantar una caseta y tender sobre el mar un tangón (una pasarela de hierro). Era el clavo ardiendo al que se agarraban los tripulantes de las embarcaciones que se iban a pique. Los cronistas de la época dejaron escrito que este tangón «ha puesto término al aterrador espectáculo que ofrecían los infelices náufragos tratando de escalar aquellas rocas cortadas a pico».

El tangón dio a este litoral el nombre de Tangó. La primera playa, la más arrimada al puerto y ahora sepultada por los desprendimientos y destrozada por los temporales, se conoce también como del Pope, por el religioso ortodoxo que entre 1898 y 1965 vivió en Xàbia y tomaba aquí el baño tanto en invierno como en verano. También tradujo a varios idiomas la Biblia. Esta costa inspira tamañas proezas.

El secreto de esta cala también lo desveló Sorolla en un lienzo de 1905. Las mismas tres rocas que ahora protegen la cala de los embates de los temporales están en la obra «Niños bañándose entre las rocas». Los niños son los hijos del artista. El lienzo refleja un mar de tornasoles esmeraldas, azules, verdes y hasta rojos. Es tan bello que, claro, hace dudar de si ese lugar existe sólo en la imaginación del genio. Pero sí, existe. Es la esperanza del náufrago que busca una playa libre de masificación turística.