El paisaje de viñedos y muros de piedra seca de la Marina Alta es historia. Pero también presente y futuro. Forma parte de una identidad vitivinícola que ahora se está forjando. «Y estamos convencidos de que los vinos naturales y sin aditivos nos van a diferenciar. Expresan mejor la pureza de nuestro territorio», afirmó ayer Andreu Costa, de Dotze Ceps. Costa y otros once vecinos y vecinas de Jesús Pobre (seis y seis, que esta iniciativa es paritaria) han creado la cooperativa Dotze Ceps. Están recuperando los viñedos de sus padres y abuelos.

«Volver a cultivar esas fincas es fundamental para la dignidad del territorio», proclamó ayer Josep Lluís Pérez Verdú, enólogo, fundador de la bodega Mas Martinet y revolucionario del vino. Pérez Verdú ha sido clave para que la comarca del Priorat (Tarragona) se convierta en referente vitivinícola en el mundo. Apostó a finales de los 80 por los vinos naturales y sin aditivos y por buscar la rentabilidad de la microviña. Hoy está considerado el padre de la viticultura moderna.

Este enólogo valenciano (nació en Quatretondeta en 1936) compartió ayer su experiencia con los agricultores de la Marina Alta. Dotze Ceps organizó unas jornadas (hoy se harán públicas las conclusiones) que ponían boca arriba las cartas de esta cooperativa de Jesús Pobre. «Aspiramos a que nuestra comarca se haga un hueco en el mundo del vino por su singularidad. El futuro son los vinos naturales», subrayó Andreu Costa, que apuntó que Francia, que en la viticultura siempre marca el paso, ya ha aprobado una regulación y creado un sello para estos caldos sin química (Vin Méthode Nature).

Costa también recalcó que la cooperativa Dotze Ceps es sui generis. «Apostamos por la economía social, solidaria y transformadora. Trabajamos las tierras de todos entre todos». Abundó en la importancia de sacudirse la manía de la competitividad. «En la comarca todos debemos colaborar. Nuestro competidor no está aquí. Debemos alegrarnos si un bodeguero de aquí vende una botella. Está dando a conocer nuestra historia y eso nos beneficia a todos».

Mientras, María Rosa Costa, también de Dotze Ceps, avanzó que cultivarán cuatro hectáreas (minifundismo sostenible). «Todavía no tenemos bodega, pero compartimos la ilusión y la pasión por el vino y el territorio».

Jesús Pobre tiene paisaje de viñedos y también historia. A un paso de aquí, en el yacimiento íbero del Montgó de l'Alt de Benimaquia, ya se elaboraba vino en el siglo VI a. C.

«El Mediterráneo es la cuna de las viñas y el vino. Se han abandonado muchos terrenos. Debemos recuperarlos», insistió el enólogo Pérez Verdú, que defendió que la uva debe recoger la influencia del clima y el territorio. «El (anhídrido) sulfuroso altera el sabor del vino y le resta personalidad», aseguró este experto.

Un paisaje de viñas y muros de piedra seca que es un libro abierto

Se mire por donde se mire, el paisaje de Jesús Pobre cuenta historias arraigadas. A los bancales recuperados por Dotze Ceps se llega por un camino jalonado de olivos e higueras. Las viñas echan raíces en una finca aterrazada. La piedra en seco, técnica declarada patrimonio de la humanidad, dulcifica una escarpada ladera. Abundan los viejos pozos. Al fondo, se divisa una araucaria, el árbol de los indianos. La enraizada tradición del moscatel y el pasado de la emigración afloran en el paisaje. El territorio recoge influencias que ahora (¡tremendo reto! ) hay que trasladarla al vino.

El enólogo Josep Lluís Pérez Verdú, una autoridad en los vinos naturales y en ese prodigio de llevar la prosperidad a un territorio en el que se abandonaban los campos y los pueblos (el Priorat), aseguró ayer que hay que experimentar mucho y dejar que la naturaleza actúe con libertad. La cooperativa Dotze Ceps lo tiene claro. Cuenta con un bancal para experimentar con diversas variedades como garnacha tinta (giró), moscatel, garnacha blanca, cariñena o marselan.