Las exportaciones españolas crecen y las importaciones caen. Esto no es nuevo. Viene ocurriendo desde 2009, el segundo año de la crisis. Pero el proceso es acumulativo y se aceleró a partir de las políticas de ajuste de 2010 y de las aún más severas medidas contractivas de 2012. Así que, por paradójico que resulte, que se esté corrigiendo el negativo saldo exterior español _-el gran déficit del modelo económico nacional y de sus doce años de euforia- y que en el último semestre haya habido superávit en la balanza por cuenta corriente por vez primera desde 1997 (aunque aún no en la balanza comercial) es consecuencia directa de la crisis.

El saldo exterior español está mejorando por dos vías. Una es el hundimiento de la demanda interna nacional a causa del paro, de las reducciones salariales y de los recortes sociales, del aumento de los impuestos y de las sombrías y pesimistas expectativas de los agentes económicos, tanto públicos como privados. Se invierte y se consume menos y, en consecuencia, se importan menos bienes de consumo y de equipo y son menos los españoles que optan por hacer turismo en el exterior.

La otra vía de mejora es el aumento constante y acelerado de las exportaciones y el crecimiento de las entradas de turistas foráneos. A la mejora de las exportaciones contribuyen dos hechos ligados a la crisis: la necesidad imperiosa de las empresas de salir al exterior ante el desplome de buena parte de su mercado interno y la mejora de la productividad y de la competitividad españolas, relacionada la primera con la caída del empleo y vinculada la segunda a la reducción de los costes laborales. El crecimiento del turismo internacional en España dimana de esa misma ganancia de competitividad (caída de precios) y también de la inestabilidad política y social en países competidores.

Que la crisis esté forzando y además favoreciendo la reducción del colosal desequilibrio español con el exterior es coherente con el hecho de que las crisis sólo se pueden superar corrigiendo sus causas. Y la crisis diferencial española tiene una causa específica determinante: la economía española debe al resto del mundo 1,8 billones de euros, uno de los mayores endeudamientos del planeta en relación al PIB. El 85% de esa cifra son débitos de empresas, bancos y familias. El 15%, del sector público. Así fue cómo se financió el «milagro español».

Ahora hay que devolver ese dinero porque ya nadie presta en el mundo -salvo a precios muy elevados- a los que están muy endeudados. Por consiguiente, exportar más e importar menos es la consecuencia de la necesidad de generar ahorros externos para pagar las deudas contraídas en la época alegre.

La estrategia tiene riesgos elevados. Una vez que se ha elegido esta vía de salida de la crisis (la de la devaluación interna), aun a sabiendas de que hunde más la demanda nacional, a España no le basta con mejorar su saldo exterior. Tiene que convertirse en una extraordinaria máquina de exportar para revertir la situación, compensar el desplome de la demanda interna y generar empleo neto de forma copiosa. Y esto no es fácil. El sector exterior aporta el 32% del PIB español, muy lejos del 52% de Alemania. Y aunque España lleva mejorando su saldo exterior desde 2009, la tasa de paro sigue en el 26,26%. Ahora los países emergentes, que han sido uno de los destinos de crecimiento de nuestras exportaciones en estos años, están empezando a flaquear.