ema cíclico de debate, año tras año, son las ventajas e inconvenientes de los cambios de horario que en primavera y otoño dictan unos setenta y cinco países en el mundo, entre ellos España, afectando nada menos que a 1.500 millones de personas. Aunque su objetivo teórico es reducir el consumo de energía al hacer coincidir el inicio de las jornadas laborables con la salida del sol, el ahorro que se consigue es objeto de controversia entre quienes lo cifran entre el 0,5 y el 5% de la factura eléctrica, según la latitud y la evolución de la temperatura a lo largo del año, que determinan el uso de los sistemas de iluminación y climatización, y quienes lo niegan rotundamente. A este segundo grupo cabe añadir gran número de investigaciones que, desde el campo de la salud y la seguridad, le atribuyen efectos negativos al provocar trastornos del sueño, estrés, ansiedad e incluso aumento del riesgo de infarto y de accidente.

Los cambios horarios tienen como origen en 1907 las propuestas del constructor inglés William Willett quien, durante un paseo a caballo a primera hora de la mañana, reflexionó sobre cuántos londinenses dormían durante la mejor parte de un día de verano y lamentó las oportunidades perdidas para practicar actividades de ocio al aire libre durante las horas de luz vespertina, como el golf, su gran afición. Su implantación se realizó el 30 de abril de 1916 durante la Primera Guerra Mundial y se volvió a recurrir a ellos de manera generalizada en los años 70 para mitigar los efectos de la denominada Primera Crisis del Petróleo. En España empezaron a ponerse en práctica en 1918 con algunas variaciones y discontinuidades. Pero desde 2002 todos los países de la UE los aplican siguiendo una única directiva que, entre otros detalles, los data en los últimos domingos de marzo y octubre.

A diferencia de lo que nos ocurre a nosotros, muchos otros países y ciudadanos, unos 5.000 millones, hacen uso de un solo horario al considerar que no existen evidencias que recomienden cambios. ¿Por qué entonces aquí se mantiene una decisión que altera el carácter de las personas y provoca un deterioro temporal de su calidad de vida? La respuesta de siempre es que se estima en 300 millones de euros al año el ahorro potencial en iluminación en España gracias al cambio horario, de los cuales 90 millones corresponderían al potencial de los hogares, alrededor de 2 euros por persona, y el resto a los edificios del sector terciario y la industria. Sin embargo, otra explicación podría ser el interés de los estados en hacernos saber cuán lejos llega su poder, al tener la capacidad de cambiar a su antojo incluso el curso del tiempo, y hacerse presentes en nuestras vidas recordándonos lo útiles que son y cómo dependemos de ellos al menos dos veces al año.