Desierto con permiso de Cortes de Pallás, de dramática actualidad por el derrumbe en el complejo hidroeléctrico. Hasta llegar a la hermosa aldea de El Oro (ese oro no es ni el lloro de los moriscos ni el metal que agosta el corazón, sino el agua), hasta aquí, digo, el relieve se ordena en lomas sucesivas y colinas bajas que crecen al fondo y anticipan las enormes muelas del Júcar, cañones que el río ahondó y las eléctricas convirtieron en almacén de kilovatios. Doble. Bares llenos, un autobús turístico: se toca dinero.

Parece Arizona, lo confirman unos moteros detenidos en la desviación a Dos Aguas. La orografía adopta un tono de arte mayor, y cada loma y vertiente se empina y deja resbalar el humor de la lluvia. Seis días de lluvia, no entiendo como la gente puede llamar mal tiempo a la alegre germinación de las aguas que, al resol de la tarde, convierte los montes en una galería de espejos.

Apenas entrar en El Oro, una cascada de película unida a otras dos de las fuentes usuales (aquí reaparece Santiago, el peregrino) conforman un torrente loco lanzado por la pendiente. Fabuloso. Hay más fuentes abajo. Y un lavadero, y piscinas y frontón. Y un asador y la ambulancia que recorre las aldeas de Cortes, que tiene más de 230 kilómetros cuadrados. Aquí se respira espacio a pesar del último incendio. No es que la quemazón abrasara este rodal o el otro, es que la larga tierra jadea en toda su piel y en su frenesí de parénquimas atrapados, verdea por los poros y le brota un torbellino de aliagas, una reverberación amarilla que surge de su ombligo. Esto se merece música. La pongo y sigo.

Todo esto puede llegar a secarse de tal manera que hasta las moras maduras parecen garrapiñadas de grumos de polvo, pero no es el caso. Herborizo tomillo y romero recién lavados. En la tierra herida por los tizones, el fluido rosa de los frutales florecidos y las altas vibraciones de los lirios azules, cosen las brechas. Charcas de luz en la parda dilatación de los sembrados por el alegre camino al pantano de Forata, el castillo de Chirel quedará para otro día. Y Otonel y la senda de Cavanilles y tantos otros rincones.

La muela de Cortes es una pared detrás de un cañón desmesurado, sobre el que vuela un viaducto que, funámbulo sobre las aguas, taladra la roca y te deposita en Cortes. En esta fortaleza roquera se revelaron cuatro mil moriscos finalmente conducidos a galeras en el Grau. Y lo volvieron a intentar otros mil irreductibles. Hasta eligieron rey al alfaquí que les daba esperanzas, uno de Cortes que manejaba tropas y presagios: visiones proféticas de esplendor y el Caballero Verde, un campeón enviado por el Cielo. Lo que luego se llamó guerra psicológica. Los moriscos siguieron la esperanza, siempre es así. Cortes. La música bien pautada de su bella iglesia barroca y su caserío escalonado. Laberinto urbano con planos que se cruzan y ascienden, o rampas que mueren en plazuela o brazo ciego. El laberinto de la rosa con ese nombre o con otro.

€Comer

Asador el mirador

El Oro (Cortes de Pallás). Con una vista privilegiada y una atractiva carta, en la que destaca la carne asada: entre 15 y 25 euros. Tel. 962 517 147.

€ Dormir

Finca Gaeta

Cortes de Pallás. Hotel rural en el km 29,5 de la CV-425. Moderno. Funcionalismo escandinavo en un estupendo paraje. Desde 49 euros, mínimo, noche. Tel. 961 803 700