Emili Piera

Como muchos otros pueblos de la zona, Aras y Titaguas pertenecieron a la taifa de Alpuente, una especie de Nepal bereber (o sea, ibero) antes de ser devorado por el fanatismo almorávide y el cartabón fundacional de Jaime I

Pero mejor que antes, remontémonos, en el espacio, más arriba, hasta la fascinante carretera que baja de Teruel en dirección a Cuenca, aunque uno cree estar en Arizona (otro dice que en Utah), pues las parameras muestran zócalos desforestados o sumidos por la erosión, como pliegues de una manta colorada. Hojaldres arcillosos formando pilas de muchos metros. Muelas con el frente desplomado y el espinazo ralo, carcoma que recorre los flancos terrosos de una roca que parece ensueño o capricho del agua: el Turia corre a nuestro lado todo el tiempo, y hasta llegar a Libros, no aparecen los roques respetables de buena caliza (es curioso que en una tierra tan floja hayan aparecido caracteres tan recios), los bosques dignos del nombre y, más adelante, el manchón verde de Puebla de San Miguel, ya en el Rincón. Y los vertiginosos montes, bien poblados, de San Andrés de Moya, donde todos los derrotados han practicado la guerrilla. Maquis: el eterno retorno.

Más vértigo aún da el puente diabólico que salva el insondable abismo en el que se hunde el Turia un poco antes de pasar, desde más adentro, a Aras. En las faldas de los montes hay un clamor de fronda, un abejar de acuciantes pinos derramados en todas direcciones. Términos grandes, poca gente. Paraíso de la senda y el caminante, el hombre más bueno (con el durmiente).

A más de novecientos metros de altitud, Aras tenía el olmo que le dio apellido, pero lo mató la grafiosis (o esa es la sospechosa), y ocupa su lugar un hijuelo demasiado pequeño para que se refugien en él los gorriones. Mejor, así no los congelará el cierzo, como ha ocurrido otras veces: muertos por confiados. Pero ahora luce el sol y la gente pasea en la plaza, toma el vermut (es la hora) y lucen los rosales en toda su trama urbana, un rasgo de carácter, casi. Aquí, o muy cerca, están los mejores observatorios astronómicos de Aragón y Valencia, para profesionales y estrelleros de afición; pueden consultar en el ayuntamiento, la universidad o la Asociación Valenciana de Astronomía.

Por el camino real de Aras entran Aragón y Castilla, y por eso la Casa del Balcó de la Esquina tiene escudo de Montesa y la casa de La Parra es muy parecida a algunas de Utiel.

La Titaguas del botánico

Titaguas aparece doscientos metros más abajo que Aras, y por eso se anudan y pliegan al terreno invernal las cepas sabias: aquí hay vino y liquidamos una frasca de tinto recio, ácido, de buena boca y mejor precio.

Paseamos por el pueblo. Notables piezas en el caserío, y antes de llegar a la iglesia (barroca, por supuesto) y a la casa del tío Florecio, que fue teatro y bar y cuartel republicano, reparo en la menuda escuela donde aprendió primeras letras el botánico Rojas Clemente (que hizo por Andalucía lo mismo que Cavanilles por Valencia). Estaba sobre un horno: un seguro contra los impagos de la calefacción y el daño de la bollería industrial.