Enric Piera

Banyeres pertenece a la raza de Ibi, Alcoi o Muro; pero nadie piense en un pueblo feo o destartalado, por más que en la periferia broten los bloques de familias obreras o la ligera petulancia de los adosados. Desde la carretera a Villena tiene un aspecto imbatible: con castillo roquero y vertiginosa torre mayor, a lo grande.

Si el santuario de Agres cierra la Mariola por el norte, el castillo de Banyeres lo hace por poniente, y es el único municipio de la zona que lleva el nombre de la sierra como apellido: así se custodian los tesoros, el desván de los recuerdos, toda la fuerza sideral retenida en sus altas espaldas de roca. La villa tiene tres museos, y puede que los tres, y desde luego el arqueológico, sean necesarios: los agricultores neolíticos se sentían atraídos por las colinas más accesibles de estos plegamientos béticos caldeados por el sol de la tarde. Musgosas sendas aguardan al caminante. El calor no es un peligro: incluso en este invierno, pegajoso de tan benigno, la poca gente con la que me cruzo por las calles dominicales de Banyeres, lleva abrigo y sopla o bailotea mientras espera en la acera al tardón. Aquí los altos urbanos se encapuchan de nieve.

Banyeres es de los pocos pueblos de interior que desde siempre registran un sostenido aumento de población. El secreto es la industria. Una ojeada al plano de esta villa inconfundible permite ver que es más extensa la zona industrial que el casco ur

El ayuntamiento es feo por nuevo y por feo, pero la iglesia es magnífica incluso después de haber sufrido un fuerte zarandeo en nuestra última polémica a bayoneta calada. Barroco muy escueto en los volúmenes y muy elegante en el sentido decorativo. Piedra blanca. Carrillón en la torre.

Calcular la altitud de Banyeres es tarea imposible: depende de donde estés. Y por un callejón, un recodo o una calle casi recta (pocas), lo mismo puedes echarte a rodar que trepar como un sherpa. Cuando la cuesta excede cierto grado, la calzada cede paso a los escalones. El Calvario aquí no es ni un concepto sacro ni una metáfora urbana, sino una real perspectiva ascendente que rematan viejas ermitas y cipreses muy bien plantados.

Paseando por el pueblo, el visitante se sentirá desconcertado por la cantidad de cuarteles y sedes de moros y cristianos. La fiesta como religión. La primera iglesia del pueblo se hallaba donde está ahora el teatro Principal, pues teatro se hacía en los templos hasta que a la Iglesia se le ocurrió expulsar de su seno el jolgorio y las risas, que pertenecen a la energía divina.

Aquí nace el Vinalopó

En fin, subo hasta el pie del castillo y me quedo delante de un gato cimarrón, cada cual mirando al otro con pacífica curiosidad. Aquí nace el Vinalopó, una mera confluencia de arroyos tan afortunados, que su ímpetu llega a Elx, aprovechado hasta la extenuación.

Viniendo de Bocairent he visto que tenían plantado en la plaza mayor su castillo de pega: aquí es fan moros con frío glacial, manta enrollada y trago de herbero. En Banyeres, donde un Sant Jordi colosal preside los abismos, prefieren esperar a abril.