El noventa por ciento de los millones de artículos conmemorativos del Nobel a Mario Vargas Llosa parece estar concebido para que el escritor peruano exprese su agradecimiento al firmante del comentario. Las piezas cinceladas y bruñidas no pretenden lectores, sino un único destinatario al que adulan con sonrojante desnudez. Los periodistas se burlan de la intimidad violada por facebook, pero a continuación pervierten la función de los MSM —mainstream media, los periódicos como éste— escribiendo mensajes que corresponden a un sms privado, desaconsejable además para el consumo humano por su contenido en azúcar.

Una persona de la que todo el mundo habla demasiado bien tiene garantizado el cielo, pero no es noticia. La caudalosa producción escoliasta y encomiástica generada por el primer Nobel en castellano del milenio carece de aportaciones útiles para el lector, más allá de incitarle al reciclaje para la ocasión de las banderas de la roja. Por supuesto, el galardonado no ha escrito ni una línea por debajo de su media genial, insinuar la mínima desigualdad en su producción constituiría una ofensa indeleble. Podría encontrarse algún artículo febril en el que se atribuye al novelista peruano el rescate en solitario de los 33 mineros chilenos. La entrega visceral dificulta la labor de selección de las obras aconsejables para sumergirse en el autor. Por imposible que le parezca a los hagiógrafos, hay seres humanos que han invertido su vida en tareas distintas a la lectura de Vargas Llosa.

El lector indiscriminado de artículos sobre el último Nobel alcanza la convicción de que no conoce ni va a conocer a Mario Vargas Llosa, por fortuna para él —para el lector. En dosis masivas, la ceremonia de la adulación engendra repulsión hacia el premiado y acaba por desacreditarlo. No es el principal problema para el Nobel, porque su batallón de admiradores a ciegas sufrirán la frustración de haber sido leídos por miles de personas vulgares, pero sin saber si entre esa audiencia despreciable figura el inmarcesible destinatario de su esfuerzo prosístico. De hecho, las primeras lanzadas caerán sobre el novelista peruano si no responde a las declaraciones de amor eterno de sus glosadores. Curiosamente, la estirpe de comentaristas visionarios sólo detectó la providencialidad de Vargas Llosa al día siguiente del premio. Hay casos sobresalientes en que el mismo artículo hubiera encajado en cualquier otro premiado, con independencia de su sexo, nacionalidad y perversión favorita.

Para guarecerse de una reacción violenta de sus amantes despechados, Vargas Llosa deberá remitir a los innumerables cantores de sus méritos una respuesta individualizada, aunque englobadas todas ellas bajo el formulismo «te agradezco el artículo en que me consagras como el escritor más importante de las tres mitades del siglo XX». El nuevo género literario ha producido excelentes trabajos de redacción, porque todo profesional de la pluma se esmera al escribir de un literato. Sin embargo, había que viajar al británico The Observer para leer un perfil equilibrado, donde se puede ensalzar la obra del Nobel sin omitir que tumbó de un puñetazo a Gabriel García Márquez, una escena que nos reconcilia con la energía nuclear implícita en la literatura. García Márquez y Vargas Llosa son los únicos ganadores del Nobel que se han agredido físicamente, un dato histórico que obliga a considerar su inclusión en el primer párrafo de la biografía de ambos. Por desgracia, el rebaño de zalameros consideró por abrumadora mayoría que la realidad enturbiaba su concepción mística de ambos autores.

Es notorio que no debe elevarse una anécdota privada a categoría literaria, como demuestran los literatos al escribir únicamente de su vida privada. La conclusión socialmente reveladora es que el premio a Vargas Llosa no habrá propiciado un debate que guíe a los lectores hacia sus obras principales, ni siquiera por exclusión. El criterio protector del consumidor artístico recomienda no leer ningún libro hacia el que no haya sido empujado por una crítica negativa. Se necesita un mínimo de trabajo y habilidad para destripar a un autor. La exaltación ciega sale gratis y desprecia a todos los lectores menos uno, que no siempre ha obtenido el premio Nobel.