Me cuentan que ha estado en Valencia Elizabeth Earls buscando «víctimas». Ella es la «cougar» por excelencia, anglicismo que muy pronto estará de moda. Una «cougar» es una señora de avanzada edad que gusta de seducir a jovencitos. En el caso Earls, de sesenta y tantos años, su objetivo son chavales de veinte. Con la particularidad que después de realizado el «ligue» lo anota en su diario, y lo fotografía. La prestigiosa editorial «Taschent» le ha publicado un lujoso volumen titulado «Days of the cougar» como «tormentoso diario visual de una aventura sexual». En el próximo volumen puede que salga algún valenciano.

Liz Earls era una norteamericana típica, casada y obesa, que al cumplir los cuarenta años decidió dar un giro radical a su vida. Cogió una cámara fotográfica y se hizo freelance. Después se percató de lo mucho que le gustaba el cancaneo, y unió estas dos aficiones en un proyecto escandaloso que le ha reportado fama y celebridad. El sexo parece ser la llave que abre todas las puertas, como diría el poeta Estellés. Ahora esta creativa internacional, además de pasárselo de cine con los imberbes, vive de su propia afición culminando uno de los sueños más comunes de casi todos los seres humanos.

Los desenfadados textos de Earls son muy sinceros: «Soy tan adicta a la lujuria que experimento mono cuando no mantengo relaciones sexuales, y he estado con tantos hombres que me aseguran que soy distinta a otras mujeres que he acabado por creérmelo».

El feminismo socia dulcifica todos los comportamientos de la mujer, aunque sean excéntricos. Si Liz fuera un hombre le llamaríamos «viejo verde», pero tratándose de una dama ha aparecido la agradable denominación de «cougar», que en cierta manera nos recuerda al «sugar» melódico, el azúcar de las canciones de amor.

Pero este fenómeno no es nuevo. Las seductoras de yougurines existen desde hace mucho tiempo. Hace cien años la editorial «Prometeo» editó el escandaloso volumen titulado «El amante jovencito», de Paul Reboux, donde el tema de la novela eran los amores de un joven actor de teatro con una madura burguesa casada y con hijos. Este libro lo leyó Blasco Ibáñez en París y enseguida lo tradujo al español para sacar los buenos dividendos que una obra rara siempre produce.

Me vendió este librito centenario el librero Juan Moncho, que pone su elegante parada en el rastro todos los domingos. Cada libro lo acompaña con ficha publicitaria muy curiosa para que el vendedor acceda directamente a su contenido. Es de los mejores profesionales del lugar, y está muy cerca de la parada de Jordán, que es otro monstruo de la erudición. Jordán no pone una ficha, sino que te relata en dos minutos la biografía del objeto que quieres adquirir, y mucho más si es sobre pilota valenciana. A mi me vendió la empuñadura de la escalera que había tenido Pío Baroja en su casa en Valencia, en la calle Cirilo Amorós. Saca cosas insólitas de lugares insólitos.

Y hablando de norteamericanas insólitas me cuenta que mi prima Francis, con cincuenta y tres años, será por fin madre gracias a la permisiva legislación sobre óvulos e inseminación de su país. Extraordinario. Ha sido una romántica siempre, pero como tiene muy mal genio pensé que nunca encontraría un alma gemela. Ahora está felizmente casada y se enfrenta a la aventura de la maternidad con ventajas que no tienen las mujeres españolas. Seguramente que será mucho más dichosa que la casquivana «cougar». Felicidades por su valentía, y a ver si nos vemos pronto.