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Un amigo mío, muy amigo y muy lejano a la vez porque vive en México, me ha mandado por correo electrónico sendas invitaciones a unirme a él como corresponsal „no creo que sea ése el término correcto pero sirve para entenderse„ en dos redes sociales: Facebook y Twitter. Desde que los promotores de esos foros de internet se hicieron megamillonarios „dentro de nada habrá que llamarles teramillonarios pero no he visto de momento que se utilice ese término„ abundan los intentos de fundar nuevas redes con algún tipo de especialización. Raro es el día en el que no recibo ánimos para apuntarme a alguna de ellas e incluso a veces compruebo con cierta sorpresa que se supone que estoy ya en ellas.

Imagino que tales foros estarán llenos de ventajas e incluso que, en cierta manera, pasar de ellos es una manera de quedarse fuera del mundo tal como funciona hoy. Pero en una ocasión, a causa de la huelga que afectaba a Iberia cuando me era imprescindible volar, abrí una cuenta en Twitter porque la compañía alegaba que era la única manera de tenernos informados a los usuarios y no conseguí siquiera que me dijesen si mi avión iba a salir o no. Así que hace tiempo que decidí mantenerme al margen de cualquiera de los artilugios de amistad virtual por dos razones importantes y una menor. La menor tiene que ver con la pérdida de intimidad porque, sometidos como estamos a la vigilancia del Gran Hermano desde que se pusieron en marcha internet y las tarjetas de crédito, resulta inevitable que estés atrapado como si fueses poco menos que un fundamentalista de las muchas religiones o pseudo religiones que se ofrecen en el catálogo de la postmodernidad. Pero se añaden, como decía, dos razones que entiendo en especial importantes para justificar la huida de las redes sociales. La primera es el tiempo que roba un tipo de relación así. Con el correo electrónico, inundado de piratas que pretenden venderte cualquier cosa, ya hay distracción suficiente.

La segunda razón de altura „«last but not least», que diría un inglés„ para escapar de la virtualidad compartida es la de lo inútiles que resultan unos supuestos mecanismos de contacto cuasi instantáneo que a menudo no funcionan y, cuando lo hacen, ni siquiera aventajan a una simple carta. Gracias a los medios que los explotadores más avispados de la red de redes nos ofrecen, es posible enviar archivos gigantescos como fotografías de alta resolución sin necesidad de estar metido en Facebook. Anteayer leí que esa red se había colapsado dejando desamparados a sus usuarios. No puedo decir que lo sienta aunque tampoco me alegra comprobar que mi reino no es ya de este mundo. Con el agravante de que día a día, noticia a noticia y estadística tras estadística, empiezo a darme cuenta de que el único sitio en el que podré encontrarme como en mi casa va a ser Titán, la luna de Saturno que dicen que cuenta incluso con un lago bastante apañado.

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