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Jesús Civera

Un Palau (y el otro)

No hay renacimiento, sino agonía. El símbolo de la pérdida del Valencia CF se contempla en el nuevo estadio, varado como un diplodocus fosilizado en la avenida de las Cortes. El reflejo de la política cultural bombástica y lujosa -que se nutría del ideario consistente en colocar la marca Valencia en el mundo, un subproducto del esplendor del ladrillo ligado al turismo- yace bajo el esqueleto de Calatrava en el Palau de les Arts. En la cúspide de esa pirámide -porque todo es dinero y proviene del dinero- están las cajas, volatilizadas por mor del imperialismo bancario alemán y por la deficiente gestión de sus directivos (los de las cajas). Fútbol, cultura y finanzas. La tormenta perfecta que sintetiza el apogeo de la tragedia. De la burbuja inmobiliaria a la depresión. Ayer el maestro Zubin Mehta entonó una elegía por el Palau de les Arts. Mucha abundancia, les Arts, para la coyuntura valenciana. La ópera en Valencia surgió por encima de sus posibilidades. Cuando las posibilidades han doblado la esquina y se han topado de nuevo con la realidad, los sollozos se ha convertido en una polifonía constante. La evidente discriminación del Gobierno, denunciada por Mehta, no altera el retablo. En 2006, cuando el maestro abrió el auditorio a la ópera con Fidelio, la geografía valenciana bullía en su caldo expansivo. Camps había ganado sus primeras elecciones en 2003, Aznar le había estrangulado sus «excesos nacionalistas», la AVL había identificado el origen común del catalán y el valenciano a fin de que Font de Mora se invistiera de Robespierre, la burbuja financiera infectaba las economías domésticas e hinchaba de grandilocuencias y de «eventos» los discursos de Camps y de Rita. En dos años la crisis comenzaría a derribarlo todo, hasta RTVV, pero nunca hay que temer la dicha efímera que produce el momento. Un momento puede ser una vida. Y la euforia de la prosperidad hizo que el PP no dibujara un plan B (en los abatimientos sucede al revés). Ni siquiera se diseñó para las dos orquestas de Valencia, lo que habrá que plantear ahora y sin dilación. La del Palau de les Arts ha pasado de 96 plazas a 57. Antes de la espantada de Mehta, ese descenso ya presagiaba las sombras del crepúsculo. La fusión de la orquesta del Palau de la Música con la de les Arts parece una solución recomendable antes de que el escenario operístico se convierta en un «teatro de provincias», como augura Mehta. A partir de ahí hay que decir lo siguiente: el Palau de la Música ha atravesado la tormenta de estos años con pocas bajas y testimoniando su solidez. Nació antes del «lujo» y continúa después del ocaso al margen de los fastos y sin torcer el rumbo. No es poco mérito. Y habría que celebrar ese elogio a la normalidad. Porque el PP, como se sabe, sólo ha tenido ojos para les Arts.

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