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Matías Vallés

W. Buffet ama 'Breaking Bad'

La noticia económica del otoño ha sido el descubrimiento de que Warren Buffett es un apasionado de la teleserie Breaking Bad, a la que denomina «la cosa mejor escrita e interpretada que he visto jamás». Este piropo para el impecable actor Bryan Cranston se complementó con una postal de felicitación en que el magnate imitaba a su personaje, Walter White. De hecho, el inversor más rico del planeta celebró su 84 cumpleaños con un pastel alusivo a la historia de narcotraficantes. La tarta incluía los famosos cristales azules que fabrica el profesor de química reconvertido en capo de la droga. Hasta aquí los datos. La estampa de Buffett, extasiado ante el televisor como un Osama bin Laden cualquiera, sintoniza con la estampa hogareña del hombre más rico del mundo. Encaja con su coche destartalado y su casa de toda la vida. Sin necesidad de detallar las sinergias entre el narcotráfico y las altas finanzas. El conglomerado inversor del oráculo de Omaha presume de una rentabilidad media del 21 %, por encima de los resultados iniciales del Heisenberg de Breaking Bad. La atención concentrada de Buffett tampoco revaloriza a la televisión. La inmensa mayoría de seguidores de la serie multipremiada son casos perdidos para la actividad mercantil. Se lamen las heridas de su frustración ante el televisor. Les sirve de excusa y no necesitan que el patriarca de las inversiones globales les restriegue la compatibilidad de la distracción con los negocios. Breaking Bad y las restantes teleseries no ofrecen un discurso plano. Donde los ciudadanos de a pie solo advertimos un inocuo pasatiempo, la mente privilegiada de Buffett capta mensajes cabalísticos que le ayudan a invertir con tino. Se agudiza de este modo la desigualdad social, alentada ahora por el electrodoméstico más homogeneizador. El medio es el mensaje, pero solo si sabes descifrarlo. Si Buffett fuera un amante de la ópera se aburriría más que con Breaking Bad, pero la exclusividad de su afición ofrecería una coartada a nuestro fracaso. En su misma liga, George Soros se entretiene confeccionando sesudos ensayos, que solo se leen por si el nuevo dueño de las Koplowitz intercala alguna fórmula de enriquecimiento súbito. El primer consejo impartido en las escuelas de negocios sería desenchufarse del televisor. La conversión de Buffett en una teleguía que recomienda el canal adecuado, confirma que la economía también es un arcano para sus practicantes. Algo así nos maliciábamos.

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