Opinión
Juan José Millás
Perder y ganar
En estos momentos, la única explicación que nos interesa acerca del mundo es la económica, que quizá sea tan simple y grosera como El Palé o tan sofisticada y talentosa como el ajedrez. El mundo económico es ininteligible tanto si se parece al uno como al otro. Significa que tenemos un déficit de filosofía económica. Muchos piensan que si se arregla ésta se pondrá en marcha inmediatamente la otra. Pero no es así: la filosofía se arranca a base de empujar, como cuando nos quedamos sin pilas. Queremos decir que si a la crisis del dinero añadimos la de la creatividad, vamos de cráneo, pues la depresión está servida. Una sociedad deprimida es como un individuo deprimido: todo el día en pijama, sin afeitar, sin arreglar, sin haber pasado por la ducha al levantarse de la cama, quejándose del estómago o de las articulaciones y tomándose cuatro o cinco ibuprofenos al día. Una sociedad deprimida, lo que quiere es morirse, adopte la manifestación que adopte esta querencia.
Si el mundo es como El Palé, sus dueños deben de ser como los niños que me ganaban siempre. Los conozco bien porque cuando era un crío estuvo de moda este juego de compra y venta de inmuebles. Los ganadores eran muy crueles con quienes, por nuestra mala cabeza, nos arruinábamos a los cinco minutos. Pero si la realidad económica se parece al ajedrez, ¿quién entregaría sus ahorros a un número uno mundial? Son gente rara, con pocas capacidades para la vida práctica.
¿De qué tiene forma el mundo financiero, de tela de araña, de red, de agujero negro, de castillo de naipes? Si hubiéramos de fiarnos de las apariencias, diríamos que de castillo de naipes. Es susceptible, por tanto, de venirse abajo con una ligera corriente de aire o con una leve vibración de la mesa. Quiebra un fondo de inversión en Singapur y el efecto dominó llega al limpiabotas de la esquina. La economía mundial está cogida con alfileres. Se suelta uno y se viene abajo toda la solapa, o toda la espalda. No sé, alguien nos la tendría que explicar desde la literatura o desde el cine o desde la filosofía. Y debe hacerlo, además, mientras pierde la partida de El Palé o la del ajedrez. Ha de combinar la depresión que produce la pérdida con el estímulo que proporciona la ganancia. Perder, ahora, debería ser ganar.
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