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Tramposos y rancios

La guerra entre los Sánchez y los Gómez es de tebeo, ahora solo faltan Mortadelo, Filemón y la T.I.A. Hay que decir a favor de Pedro Sánchez que ha sido franco al reconocer que eran motivos electorales los que hicieron que a Tomás Gómez le cambiaran de piso (y de cerradura). Pero la franqueza no mejora la cosa: al electo sólo lo pueden revocar los electores, ¿no? La explicación ulterior tampoco aporta algún consuelo: «Es que Tomás no se iba». Pero es que Tomás aún es joven, Pedro, y no podemos decir aquello de «ni se muere padre ni cenamos».

Creo que este mundo viejo se extinguirá como comenzó: con triquiñuelas, abusos y disimulos. No es que escaseen en cualquier forma de política, nueva o vieja, pero los actuales padres de la patria nos ponen más trampas que en una película de Fu Manchú. Rajoy, por ejemplo, tiene la cara tan apaisada como un elefante con paperas y más dura que el carburo de tungsteno: que no va y dice que con el dinero que le prestamos a Grecia se hubieran podido subir las pensiones. Pues el dinero que le regalamos a Bankia, sólo a Bankia, pero había más fauces apetentes del lado de usura, representa cuatro veces más: hubiera dado para pensiones, balnearios, cocina tecnoemocional y fuegos de artificio.

Dice Suso de Toro, autor que no me gusta especialmente, que Rajoy es más de derechas que Aznar, pero que lo disimula con su acreditada cortesía. Bueno, la cortesía es, como mínimo, un 50 % de la política: en francés, la lengua de la civilización, «polite» significa cortés. En una cosa creo que tiene razón Suso de Toro, a quien le ofrecieron elaborar una biografía de Rajoy (como le encargaron la de Zaplana a un inteligente periodista, amigo mío, que cayó en la trampa), y esa cosa es que, en efecto, Rajoy viene de una derecha ancestral, secular, galdosiana: esa que habla de «españoles de bien», como si los demás fuéramos de regular o de insuficiente. Hasta su barba no es ni posthippie ni indie, sino prolongación de la moda capilar de la Restauración, ya hace de eso. Quiero decir: estoy hasta los imbornales de los rancios.

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