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Sociedad civil, sí por favor

C onfesaba en estas mismas páginas hace unos días la mezzosoprano María José Montiel lo que para ella, que es diva de presión y compromisos profesionales sin descanso, significaba poder cantar cada temporada como invitada de la Sociedad Filarmónica de Valencia. La intimidad de su ambiente, la proximidad del público, la sinceridad de los socios, eran suficiente para abrir siempre hueco en su agenda.

La entidad valenciana es una de las escasas sociedades de esta naturaleza que ha conseguido en España capear el temporal y mantenerse en primera línea de actividad. Y lo ha conseguido sólo con el respaldo de sus socios, alguna corta ayuda institucional y el apoyo oficial, por ejemplo, del Palau de la Música de Valencia en la cesión de espacios.

El incombustible José Lapiedra siempre recuerda el esfuerzo que cuesta cada año cuadrar cuentas y ofrecer programaciones cuyo nivel y prestigio están fuera de toda duda. Lo que ha demostrado la Filarmónica en estos años en los que el despilfarro ha sido la tónica habitual de nuestros ligeros y manirrotos gobernantes es que con escasos medios, pero sobre todo con el equilibrio racional y la dedicación sincera y altruista de las personas que ocupan cada mandato su Junta Directiva se puede sobrevivir a las estrecheces y a la tiranía del mercado, aunque este pretenda meter sus zarzas siempre que pueda.

Entidades como la Sociedad Filarmónica, la Sociedad de Amigos del País, la Academia de San Carlos, el Ateneo Mercantil, el delicado Círculo de Bellas Artes, entre otros, son las que han creado ciudad y país. Su convicción les ha permitido alardear de cincuentenarios y centenarios. Su único secreto ha sido la ausencia de injerencia política y la dedicación al margen de las obligaciones profesionales. En la Filarmónica, además, no se pagan cachés escandalosos sino justos y hay quien lo rebaja para poder ser protagonista. Por algo será.

Ahora que fugazmente vemos cómo se desvanecen tantos y tanto megaproyectos en los que gestores ineficaces han dejado agujeros negros que nunca llegaremos a cruzar y que han hipotecado nuestra vida social y cultural durante décadas bueno sería proteger la labor de las entidades cívicas que aún creen que otro modelo es posible y sólo tienen como respaldo una sociedad civil en la que todavía creen. Hoy, seguramente, lo único realmente capaz de salvarnos de tanto papanatismo y mediocridad contrastada.

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