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25 años de basura

Juntaron a un porrón de gente, la más puntera y puñetera, y les hicieron soplar velitas, oh, 25, los años que cumple la chica, que en la cronografía de la tele no es moco de pava sino miles y miles de horas de pasión, abulia, risas, llantos, informaciones, historias, mentiras, tergiversaciones, inventos, o buenas series, y en el caso concreto de Telecinco tiempo suficiente para crear perversiones de calado como Belén Esteban. Cumpla años su tele para alcanzar la gloria de ser la mamá catódica de un adefesio. He visto la foto, y he visto la cara inflada de quien toma aire para luego soltarlo y apagar las velas de la tarta. Estaban los grandes. Ana Rosa, Jorge Javier, Jesús Vázquez, Emma García, Mercedes Milá, Pedro Piqueras? vaya tela. Cada uno de ellos, hoy por hoy, es sinónimo de televisión nociva, pura basura. Maritere Campos, Jordi González, o la adusta Sandra Barneda, también ofrecen su jeta para la foto. Ni siquiera esta última redime su pasado de truños como De buena ley, La noria, o Secretos y mentiras, con ese remedo mal avenido de La Sexta Noche que es Un tiempo nuevo, un escorpión que, como tal, no puede dejar de serlo, y como la cabra tira al monte, Un tiempo nuevo tira a donde tenga que tirar „cotilleos, marranadas como GHVIP, sucesos o follones como el de Francisco Nicolás, que encaja como un guante en estos ambientes„. Hace unos días hablé del aniversario, del 25 cumpleaños, de Telecinco, que nacía un 3 de marzo de 1990. Pero una cadena que lleva un cuarto de siglo trasegando basura merece más atención. Aquella noche, la del 3 de marzo, con la gala Por fin juntos Telecinco se unía a Antena 3, que hacía poco tiempo que existía. La existencia de dos canales privados era un alegría para miles de ciudadanos porque suponía romper el monopolio no sólo en cuanto a programación sino ideológico, es decir, la llegada de los canales privados se vivió como quien recibe un chorro extra de aire fresco.

Etapa dorada. Hasta que vimos a Jesús Gil desparramado en el jacuzzi con la pelambrera de su pecho ensortijada de oros. Aquella imagen certificaba la quebrancía del sueño y arrebataba de golpe la ingenuidad a la audiencia. Era la etapa de Valerio Lazarov, los inicios, la sarna programada que se disfrazaba con colorines y alocadas señoritas que formaban la tropa de Las chicas Chin-Chin, Las Mamachicho, o las Cacao Maravillao, vedetes de tres al cuarto con pompones en el culo y las tetas señaladas que representaban a la perfección lo que la cadena era y sería, un medio hostil para la dignidad de hombres, mujeres, y viceversa. Era la época de Bellezas al agua, Contacto con tacto, Tutti Frutti o ¡Ay, qué calor!, es decir, sinónimos de televisión machista donde la mujer es un mero cebo, un reclamo publicitario, el vagón de cola del que se engancha lo demás, televisión primaria que apuesta por un entretenimiento chabacano y zafio. Para que no hubiera duda, y visto ahora con la perspectiva del tiempo seguimos igual, el primer informativo, Entre hoy y mañana, era una presencia testimonial que se emitía en la madrugada en apenas quince minutos, cuando las Mamachicho habían plegado sus plumas hasta la dura jornada de mañana. Los informativos de Telecinco tuvieron sólo una etapa gloriosa que dirigió Juan Pedro Valentín cuando TVE, bajo el dominio feroz de José María Aznar, era tan irrespirable como lo es hoy bajo la mano tonta de Mariano Rajoy. Eran los tiempos de Mikel Lejarza, que intentó darle un vuelco a la parrilla apostando por programas que dignificaron la cadena, aupada a una cumbre de perfecto equilibrio entre programas de entretenimiento y programas y series que marcaron un hito en la historia de nuestra televisión como Caiga quien caiga, Médico de familia, 7 vidas, Hospital Central, Los Serrano o La mirada crítica. Los informativos de Telecinco eran los informativos. Nada que ver con el chipichape amarillento y sensacionalista, un programa más de variedades, bajo la dirección actual de Pedro Piqueras, que si en un primer momento, cuando se hizo cargo de la tarea, dijo estar nervioso porque no sabía si lo haría bien, ahora, experto y sabio, entendió a la perfección lo que quería su mentor, Paolo Vasile.

Y llegó Vasile. Y aquí estamos, en la actualidad. Con un maestro del cinismo y la perversión, con un mago de las finanzas, con un tipo capaz de decir que él no programa para ver lo que programa sino para que lo vean otros, y que seguro que él no dejaría a sus hijos ver lo que emite su cadena. Con la llegada al trono de Paolo Vasile, Telecinco dio el vuelvo definitivo para convertirse en la televisión más ordinaria del mercado. Su apuesta ciega por la llamada telerrealidad, con espacios como Gran Hermano o Supervivientes, han sido fábricas de creación de personajes elevados a categoría de referentes sociales cuya única virtud es el atrevimiento del ignorante, premiada con horas y horas de televisión, groseros peleles que van saltando de un programa a otro hasta infestar con su presencia una parrilla que prestigia la vulgaridad y la bronca, la zafiedad y lo falso, el ruido y el asco al conocimiento, arrinconado por la estulticia, prestigiado por lo necio. ¿Cómo le explico a mi hija que el modelo a seguir no es la choni medio analfabeta, la exyonqui que se forra en la tele mostrando su rampante incultura sino la cirujana que, en el paro, malvive sirviendo hamburguesas los sábados hasta la madrugada? Y ahí estamos. Ahí está Telecinco. Hoy por hoy Belén Esteban es el símbolo cabal de los valores por los que apuesta el canal. Si esta señora se embolsa una cantidad indecente de dinero por vegetar ante las cámaras, tratada como una diosa, más conocida y con más influencia social que los investigadores que andan tras la vacuna del sida, más valorada que la maestra que enseña a nuestros hijos, esta sociedad es un poco peor por influencia de una cadena a la que le importa una mierda el rastro abyecto y tóxico que deja. Dicho lo cual, a seguir creyendo que la libertad es votar para echar de la casa a Belén, Chari, o Fede.

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