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Vandalismo y patrimonio

A fallas muertas, fallas nacidas. Merecidas de ser reconocidas como Patrimonio de la Humanidad por su valor estético, tradicional y significación popular no merecen, por contra, los datos que cada año nos ofrecen en balances y conclusiones. Dicen que este año los delitos y faltas han descendido un 14,35%, pero también que los desperfectos en la ciudad nos van a costar de arreglar 84.000 euros, una cantidad algo menor que el año pasado pero que sigue mostrando la cara más amarga de las fiestas. El mobiliario urbano (35,7 %), la vegetación (34,7 %) y el riego (24 %) han sido los elementos escogidos para la barbarie. O sea, objetivos prioritarios conocidos. Con ese dinero que nos van a costar las reparaciones bien se podrían abrir comedores escolares o ayudar a algunas familias a los que las Fallas quizás no les han despertado ningún tipo de emoción debido a sus circunstancias personales.

Nos felicitamos porque los delitos han descendido, pero al mismo tiempo retiramos de la vía pública 7.712 toneladas de residuos, un 2,8% más que el año anterior. Y es que dar estos días pasados una vuelta por algunos de los principales monumentos y jardines históricos de la ciudad daba para pensar qué clase de sociedad somos o hemos creado. Las latas, botellas y todo tipo de basura se acumulaba junto a nuestro valioso patrimonio inmueble, como si nos diera igual y todo estuviera permitido. Por no hablar de las micciones allá donde hiciera falta. Todo ello a ojos de los miles de turistas que nos han acompañado y que se llevan dos caras muy distintas de la ciudad.

Mientras la grúa hacía su agosto esquilmando bolsillos y retirando vehículos de algunos espacios en los que ni se impedía la circulación ni afectaba a la ciudadanía, permitimos que nuestras calles sean las de una ciudad sin ley.

Todo el mundo tiene derecho a la diversión, pero es difícil de imaginar que Nueva York se llene de mugre por un desfile en la Quinta Avenida y menos todavía Venecia durante sus días de Carnaval. Ya no hablamos de Singapur donde se prohibió el chiclé para evitar la conducta incivilizada de sus consumidores.

Esos datos que cada año nos ofrecen como balance festivo no es la mejor carta de presentación para ser Patrimonio de la Humanidad. Si campañas de sensibilización de reciclaje como «Ven a dar la lata» han funcionado no estaría de más imaginar alternativas para evitar que año sí y año también la ciudad acabe arrasada y sólo lo convirtamos en meros datos estadísticos.

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