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Madre de los ajusticiados

Los sentenciados a muerte en la Valencia medieval eran ajusticiados por lo general en la plaza del Mercat. Sus cadáveres permanecían allí colgados a la vista de todos, y luego eran trasladados a las horcas del barranco del Carraixet donde quedaban a la exposición pública hasta que se caían a trozos. Era la única manera que encontró la autoridad de imponerse, atemorizando a la gente y haciéndolo en lugares de máximo paso o concurrencia de público. Los métodos empleados eran horripilantes y estuvieron en vigor hasta el siglo XIX. Los libros de la Cofradía de la Virgen están llenos de relatos dignos de largos seriales de novela negra. Se llegó a despedazar cuerpos enteros y repartirlos por los pueblos para que todo el mundo se enterara de cómo podía acabar quien se saltara las normas.

La Cofradía de la Virgen quiso humanizar y cristianizar aquellas atroces costumbres y, al menos, lograr que los reos de muerte tuvieran una debida sepultura. Solicitó al rey poder ejercer aquella caritativa función y éste lo concedió reflejándolo en sus constituciones, cuyo capítulo IX dice: «Item, que placia al Senyor Rey que una hora l´any la dita Confraria puixa metre tota la ossa cayuguda, la cual sera atrobada dins les parets de les forques de Carraixet, axi com ses acostumant. Plau al Senyor Rey€»

Más no sólo se preocuparon de su entierro, también de asistir a los penados en las horas previas a su ajusticiamiento, como podemos observar por lo establecido en el capítulo X de las Constituciones, reflejadas en el Libro de Privilegios obrante en el Archivo de la Cofradía: «Item, que placia al Senyor Rey que la Confraria puixa elegir quatre preveres confrares o no confrares, o quatre religiosos o frares de bona vida que sien certs que com algú será sentenciat a mor, que aquestes dins la cort o fora de la cort los puixen confortar e informar en la fe, en guisa que no muira desesperat. Plau al Senyor Rey».

El 29 de agosto de 1414, el rey Fernando de Antequera firmó Privilegio Real concediendo a la Cofradía de Santa María de los Inocentes el derecho de recoger una vez al año los restos mortales de los ajusticiados que pendían de las horcas públicas instaladas junto al barranco de Carraixet (Tavernes Blanques) y poderlos enterrar.

La Cofradía tenía siempre varios sacerdote disponibles, a quienes se les pagaba por ello, para que en el momento se dictara sentencia de pena de muerte acudir al lugar donde estuviera el justiciable y acompañarle «con el fin de confortarle y animarle a bien morir», como explican unos acuerdos del capítulo general celebrado el 6 de mayo de 1492.

Cuando se hallaba levantado en la horca el condenado, «último paso hacia la muerte», los sacerdotes tenían que «decirle todos los artículos de nuestra fe católica y después el Credo in Deum y algunas jaculatorias o señaladas palabras de la Santísima Pasión de Jesucristo y algunas devotas oraciones. Y todo sea dicho al sentenciado con buen tono y devoción, a fin de lograr que aquel muera con verdadera contrición y salve su alma».

Posteriormente, se amplió este cometido en el sentido de hacerle compañía en el tiempo de «estar en capilla», en que el interior de la celda era convertido en una capilla donde se instalaba un altar y se colocaba una imagen de la Virgen de los Desamparados „la misma que se instalaba en el tapiz de flor en la plaza de la Virgen en su fiesta y fue destruida en los trágicos sucesos de 1936„ donde el presbítero asignado celebraba Misas.

También se creó la figura de los «hermanos consoladores», a los que se instruía con un manual de cómo tratar a las personas en situación de muerte. Los gastos que ocasionaban en sus últimos días de vida y entierro de los penados corrían a cargo de la Cofradía, que se nutría de las limosnas públicas y ayudas de los organismos oficiales. A los entierros asistían los miembros de la Cofradía con la imagen yacente de la Virgen de los Desamparados que colocaban sobre el féretro de los ajusticiados, hasta que la Iglesia prohibió tal costumbre, momento en que los valencianos le hicieron caso a medias, levantándola de los ataúdes y poniéndola erguida, pero llevándola a los enterramientos, de ahí que parezca sea «geperudeta».

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