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Camilo José Cela Conde

Cuestión de fe

El líder cubano Raúl Castro ha dicho, tras visitar el Vaticano, que volverá al seno de la Iglesia Católica si el papa Francisco sigue hablando como lo hace. Quien preside Cuba por herencia, que no por intermedio de las urnas, ha asegurado a continuación que no se trata de una broma. Pero si no es una broma debe tratarse de un error. Lo que Raúl Castro nos dice, como Enrique de Borbón al ser coronado como Enrique IV de Francia, es que París bien vale una misa. Algo que ya sabíamos. Manifestarse como persona piadosa y acatar en teoría los principios de la religión dominante son actos de lo más comunes en cualquiera de los países en los que las pruebas de espiritualidad son un medio excelente para apuntalar el liderazgo. Eso vale incluso para los Estados que se supone que mantienen una separación estricta entre poder religioso y poder civil.

Pero la fe es algo diferente. Se tiene y, en ocasiones, se exhibe incluso en el caso de que suponga un problema serio frente a los poderes políticos. Recuerdo que allá por 1977 me llamó la atención al visitar la catedral de San Basilio, en plena Plaza Roja de Moscú, ver a militares soviéticos de uniforme asistiendo a la misa ortodoxa. Eso sí que era una muestra de fe al margen de los inconvenientes que pudiese significar frente al poder establecido.

Si Raúl Castro decide ir cada domingo a la catedral de la Habana estaremos ante un gesto político de trascendencia enorme habido cuenta de lo que supone el hermano del comandante Fidel en la Cuba de hoy. Hasta el propio Che Guevara habría podido optar, llegado el momento, por una manifestación así de ser necesaria. Pero entre los actos políticos y las creencias íntimas media un abismo que las declaraciones de los papas es difícil que puedan llenar. Si hacemos un balance de deseos y logros, se cree incluso a regañadientes. A menudo me he encontrado con un sermón de difuntos en el funeral de algún amigo en el que el sacerdote enarbola la fe como recurso último ante el absurdo de una muerte temprana. Cuando eso sucede, los guardianes de la fe nos dicen que los designios del señor son inescrutables. No obedecen a ninguna lógica en el transcurso de los acontecimientos.

Quizá sea por eso que no soy creyente, aunque tampoco van por ahí los tiros. Se tiene fe o no se tiene; a eso se reduce la alternativa. Sin embargo, la idea de la fe admite un uso extendido y lo que Raúl Castro ha hecho es aprovecharse de la metáfora. Volverá a ser creyente porque, al fin, tenemos un papa que regresa a caminos parecidos a los de la teología de la liberación. Pero, ¡ay!, el mundo de hoy no es el de los años sesenta del siglo XX. Igual la fe que necesita hoy Cuba es la del mercado.

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