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El miedo cambió de bando

El miedo cambió de bando. Es la idea que resume el espíritu del 15M de hace cuatro años. Aquel 15M de 2011 no fue una línea dibujada en el agua sino un zarpazo en el corazón y la conciencia ciudadana. Unos, la mayoría, dejaron de sentirse acobardados, y otros, una minoría de apoltronados y profesionales de la amenaza, han empezado a notar en su dodotis de algodón algo pegajoso, que raspa y escuece, y en su alma de pedernal la inseguridad y el canguelo. El miedo ha cambiado de bando. Qué hostia, qué hostia, vámonos, vámonos, decía con su voz de estibador noqueado y su aspecto de garrapata acicalada que no sale del despacho Rita Barberá la noche en que los valencianos le indicaron la puerta de salida, guapa, hala, fin de fiesta. El miedo ha cambiado de bando. Lo decía también el otro día Jordi Èvole tras las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo. Èvole recibía el XI Premio José Couso de periodismo en Ferrol, que sin embargo, a pesar de la sensación de alegría general por lo que parece un cambio de aire, advertía que no hay que bajar la guardia y hay que estar pendientes del poder. El compadreo se paga caro. El servilismo salvaje también. La manipulación estructural tiene los días muy cortos. ¿Por qué estos días cadenas como Cuatro, y sobre todo La Sexta, son referentes informativos dejando en un rincón irrelevante a TVE, que tendría que estar a la cabeza? Porque TVE lleva tiempo ejerciendo el papel equivocado como mamporrera del poder, como protectora gilipollas del Gobierno y como enemiga de los ciudadanos. Mientras Antena 3 alarga el debate político de Espejo público porque la actualidad marca ese cambio de tendencia, La mañana de La 1 sigue a su bola y habla de diarreas y pérdidas de orina, o de olla, como la última de la inepta Mariló Montero, que en una de sus imprescindibles reflexiones para entender este país relacionó la abstención el día 24 de mayo con la pérdida de votos del PP.

Anormales en La Sexta. La reacción de la dirección de la cadena pública ha sido cortar ese cachito del programa, así que en la web de la cadena no queda ni rastro. Mariló dijo que un error lo tiene cualquiera, y que los suyos se magnifican porque todo el mundo la observa. Seguro que el miedo ha empezado a hacer mella en su privilegiado coco. Mientras La Sexta hierve con el momento periodístico, retratándolo con invitados que dentro de unos días simbolizarán el cambio, TVE, en una nueva deflagración pútrida encabezada por el presidente de RTVE, José Antonio Sánchez „según los papeles de Bárcenas semejante perla cobró más de 2.000.000 de pesetas del PP como columnista de ABC, antes de destrozar desde los cimientos la televisión pública madrileña y ahora minar con saña y perversa frialdad la televisión pública nacional„, explicó en la comisión mixta de control parlamentario del Congreso hace una semana, sobre las acusaciones „qué novedad„ de manipulación durante la campaña electoral y el especial del día de las elecciones, que contó con la suave María Casado y el discípulo avispado Sergio Martín, aquel que le dijo a Pablo Iglesias en La noche en 24 horas que seguro que estaría de enhorabuena por la salida de la cárcel de los presos de ETA, que estaba satisfecho con los resultados y que sí, que La Sexta dobló la audiencia de La 1, pero que eso no es lo importante «porque no sé si ese tipo de debate y seguimiento le interesa al espectador», y desde luego que TVE sólo se puede medir con una cadena «normal» como Antena 3, y no con La Sexta. Pues bien, eminencia, los anormales de La Sexta hicieron dos millones y medio de audiencia y La 1 ni un millón. De nuevo, el miedo ha cambiado de bando.

TVE era, ya no es. Lo que ocurre es que cuando alguien tiene miedo puede dar coces de mucho peligro. Y si no véase Así de claro, la pantomima de debate «de entretenimiento» de la noche del lunes que presenta, por encima de sus posibilidades, Ernesto Sáez de Buruaga, el tipo que habla y opina más que sus tertulianos. Los trabajadores de TVE dieron su opinión la semana pasada en un comunicado: a la puta calle, que se cancele ese chotis que hace de la parcialidad ideológica un monumento al agravio ciudadano. Es tan burda y zafia su manipulación que cuesta tomarse en serio esa cita con el servilismo descarado, impropio de una televisión pública. Para coronar el pastel nauseabundo del programa, entre los tertulianos se cuenta con Fernando Sánchez Dragó, que habló de meterle una hostia al nene que en la escuela amenazara a su hijo, o que lo mataría si persistía en el acoso. Ah, como personaje tan íntegro dijo al mundo mundial que jamás volvería a la tele, después de su paso por Telecinco y El gran debate, y ha vuelto, y pidió perdón «a diferencia de los políticos, que no lo piden aunque incumplan promesas». Emocionante. Qué tipo, cuánta honradez. Está claro que si la desvergüenza se alía con el miedo, el cóctel es de ponerse el arnés y apretarse los bajos porque nos puede llover por todas partes. Que el miedo cambió de mando está quedando claro estos días. No es ya sólo el resultado de las elecciones, que ha borrado como se borra un mal sueño a grandes cínicas, a grandes profesionales de la marrullería política como Mari Loli de Cospedal o la condesa de la pataleta de niña mal criada, como dice con delicadeza envenenada Manuel Carmena de Esperanza Aguirre, esa antigualla, es que estos días, en un par de semanas, los ciudadanos han hablado en las urnas y están hablando como «audiencia soberana», que decía Mercedes Milá refiriéndose a quien posee el mando a distancia. Se acabó el miedo. El miedo ha cambiado de bando. Hace unos años, cuando la televisión pública vivía su momento de esplendor con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero „es así, le cueste asimilarlo a quien le cueste„ TVE era el referente, el cobijo, el lugar seguro en los grandes acontecimientos. Hoy, perdido el miedo, la audiencia se refugia en otros brazos. Que les den. Hasta que llegue un nuevo día.

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