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Obras en tinieblas

En la presentación del libro «Contexto como arquitectura» de mi amigo (de cuadrilla) Carlos Salazar, la decana Carmen Jordà dijo del autor que es un hombre cordial y comprometido con sus clientes. Lo es. Lo he visto. Habla, punto por punto, de cada solución, modela la propuesta según el tenor del encargo y luego se encara con un albañil, de esos que no se muerden la lengua, que le dice: «A tu es que t´agrada lo modern i en Sueca mos agrada lo bonico». Pero pone su sello. Como la arquitectura es remate y cristalización de las búsquedas (morales y estéticas) de cada tiempo, el editor (Micromegas) se sintió obligado a citar a Gonzalo de Berceo: «Escribir en tinieblas/es mester pesado». Pues imagínate levantar pilares.

Sería tonto y, al remate, desleal al oficio, el arquitecto que no pone la rúbrica o lanza el gorgorito, que renuncia a la capacidad expresiva, esa misma que un día enfadó, con razón, al arquitecto Toni Picazo porque no respeté sus planos, pero no tenía bastante dinero, siempre he sido un manirroto (parezco del PP). No soy el único periodista interesado por la arquitectura (desde los tiempos lejanos en que Josep Lluís Ros y Chapapría me explicaban los Ensanches de Valencia): hay un mangante que quería, y tuvo, un loft, pero no le ha pagado ni al arquitecto ni al constructor.

Lo importante de este libro, yo ya voy por la mitad, es que lo lee cualquier profano (letrado): la evolución de las escuelas, de Europa a Estados Unidos, de la costa Este a la Oeste, del racionalismo al postmodernismo y de las casas de madera americanas a la construcciones-escultura de Frank Gehry. Un recorrido que le sirve a Salazar para liberarse un poco del subrayado de la función del pesado de Le Corbusier y reclamar la implicación del arquitecto en la tarea artística, solo o con otros, como actividades simultáneas o complementarias. Hay mucha obra fea porque hay mucha fealdad, pero los trabajadores (de Occidente) viven ahora en casas mucho mejores que las chozas y cuchitriles que habitaron antaño.

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