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Elecciones, acuerdos, soluciones

La legitimidad para elegir alcaldes, presidentes de diputación, de gobierno autonómico o de gobierno del Estado emana del sacrosanto texto constitucional. Que una derecha ahora desalojada y con pocos amigos se rasgue las vestiduras farisaicamente no debe hacernos olvidar los principios democráticos del mencionado texto, fundamentados en el sentido común y en lo que decimos nuestro entorno, la Unión Europea.

La coalición, el pacto, el compromiso son la norma. Las mayorías absolutas, la excepción. Estas no siempre son percibidas por la ciudadanía como un bien antes por el contrario puede que como una amenaza para un adecuado equilibrio entre los poderes y con ello de los beneficios de la solidaridad, del alejamiento de cualquier tentación totalitaria de tan malos recuerdos en todo el Continente , y más ahora que celebramos el aniversario del fin de la última gran confrontación continental y nos acercamos a otro: el del inicio de la barbarie fratricida en España.

El caso es que las elecciones de mayo de 2015 han supuesto el fin de muchos gobiernos monocolores, que a veces semejaban por sus acciones y perdurabilidad a una reproducción, urna mediante, de un régimen que la ciudadanía decidió jubilar en 1977, confío que para siempre.

Los perdedores se empeñan en cuestionar la composición, los objetivos, los acuerdos que han permitido desalojarles, abrir las ventanas ante la pestilencia corrompida que habían acumulado durante años en sus covachuelas, empresas afines o protegidas y demás desaguisados con que nos obsequian los medios de comunicación en los últimos tiempos. La confusión entre los resultados que les favorecieron en repetidas ocasiones y el tratamiento cortijero de las instituciones se reproduce con asombrosa frecuencia en lo que va trascendiendo de los sumarios judiciales. Estas noticias, sin duda alguna, contribuyen al descrédito de la política, lo cual de suyo es grave.

La experiencia de las coaliciones en el caso de los ayuntamientos contribuyó a la más profunda e intensa modernización de las ciudades españolas desde 1979. En algunos casos, con más perspectiva de futuro, se repitieron pese a que una formación, la socialista, pudiera obtener y obtuvo en muchos casos la mayoría absoluta. Con perspectiva, a veces se garantizó la continuidad de las transformaciones; en otros se entregó a la derecha de siempre una oportunidad que ha sabido aprovechar hasta el último día.

Que además los compromisos sean públicos, conocidos por la ciudadanía, que ésta sea informada incluso de las contradicciones que comporta toda coalición no debería desesperar a los objetores de la derecha. Ellos, en el caso valenciano, también tuvieron sus contradicciones con mayoría absoluta, como en el viejo régimen, entre las distintas familias que se amparan en la sigla y la organización, especialmente como vemos, a través de las insólitas grabaciones policiales y judiciales, donde no se privan de proclamar las diferencias de criterio , de objetivos, además de reparto de prebendas y demás gajes. Tal vez prefieren el golpe de pecho o algunos de entre ellos añoren los golpes de estado. No lo sé.

La agitación de viejos fantasmas, en nuestro caso agua, catalanismo en expansión y en busca de mercados cautivos (!!) en un mundo globalizado, solo acredita la soledad de quienes con el pensamiento vacío pensaron que ganar elecciones era como ganar unas oposiciones: de por vida. Prejuzgan por citar un caso que la convocatoria autonómica catalana es un especie de apocalipsis. Lo diga quien lo diga, y los hay de todo pelaje.

Recordaba Borja de Riquer con mayor sosiego que el carácter de cualquier convocatoria electoral es en primer lugar político, y rememoraba aquello que dijera el Almirante Aznar, jefe de gobierno: «Nos hemos acostado monárquicos y nos levantamos republicanos». Eran una elecciones municipales, las de abril de 1931. Dejemos que las urnas den el resultado de la voluntad ciudadana, que sorpresas puede haberlas y no solo en el sentido del nacionalismo que no se ve y que actúa: el español.

Lo que requerimos de coligados o comprometidos son resultados. Para obtenerlos de una gestión pública, en nuestro caso autonómica y local, habrá primero que saber de dónde partimos, después de la inmensa telaraña tejida por el régimen popular; que conozcamos la situación de la deuda, de los compromisos escritos y no escritos; que sepamos cuáles son los objetivos alternativos que nos proponen quienes han obtenido la mayoría legítima, política y legalmente avaladas, para la gobernación de las respectivas instituciones en los próximos cuatro años.

Luego juzgaremos. Como lo haremos de manera constante en el mismo período para el que han sido elegidos.

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