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Sin reparto no hay obra

Lo que de veras une a una familia es el reparto. La expectativa del que se avecina, a veces por décadas y décadas, y su realización post mortem, que puede prolongarse otras tantas. La gran familia europea está en su ser cuando llega el reparto, que normalmente es el de los fondos de cohesión (en el fondo la cohesión, en estado dialéctico, resplandece en el reparto mismo) y el de los cargos, que cada país recauda pensando siempre en que cuantos más repartidores tenga más favorecido resultará al llegar la hora del primero. Ahora llega una nueva modalidad de reparto, el de los refugiados, lo que, aunque otra cosa parezca, supondrá un refuerzo del sentido de familia. Vendría a ser equivalente, en cierto modo, al reparto de los viejos en una familia propiamente dicha. Si no hay acuerdo, y vuelven las fronteras nacionales, acabaría el reparto y empezaría a acabar la gran familia europea.

Problemas. Admitamos como hipótesis plausible la de que haya 20 millones de musulmanes con ganas de irse de su país, y que Europa los necesite para sostener las pensiones de una población envejecida, como ha dicho recientemente Felipe González. Admitámoslo como hipótesis. Ahora bien, ¿son sólo 20 millones los que querrían migrar a Europa, o son 2.000 millones, ya sean musulmanes, animistas, hinduistas, budistas o cristianos?. El problema siempre será poner un límite a la emigración, y luego hacer que se cumpla, lo que de nuevo nos lleva al asunto de la frontera, con muro o sin muro, de los guardias de frontera, de los que arriesgan su vida para sortearla, etcétera. Y la única solución será también siempre la de ayudar de veras a mejorar las condiciones de vida de los países de procedencia, dándoles parte de lo que tenemos antes de que los 2.000 millones se sientan apremiados a venir a por ello.

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