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Pou

Transmutado en Sócrates, ha vuelto Pou. Creo que muchos llamamos así, sólo con el apellido, tal como decíamos Rodero, Rabal o Fernán-Gómez, para distinguir a los grandes. José M.ª Pou lo es por fuera y por dentro. Su elevada arquitectura corporal perfila un hombre de teatro absoluto, penetrado por entero de ese fuego escénico en el que se abrasan los elegidos.

Iré a verle esta tarde en el Olympia, que festeja adecuadamente su centenario, y ya disfruto de antemano. Porque ver a José M.ª Pou en escena es siempre un encuentro con la pura esencia del teatro, al que apuesta con todo su ser. Ya lo dijo nuestro gran director y maestro Antonio Díaz Zamora: «El teatro sin riesgo es un juego burdo». Pou se expone como a una aventura constantemente renovada: la de poner en pie ese fenómeno que resiste el paso de los siglos, los cambios sociales, los caprichos de las modas, los embates tecnológicos y las adversidades económicas. «Porque „como escribió una vez Mario Vargas Llosa„ es el mejor simulacro de la vida, pues está hecho de seres de carne y hueso que viven de verdad aquello que hacen y dicen, y nos fuerza a los espectadores a vivirlo con ellos para ser también otros, mágicamente, que es la mejor manera que se ha inventado para vernos mejor y saber cómo somos».

A lo largo del tiempo he podido ver a un Pou irónico o reflexivo, tierno o cruel, desgarrador o autoritario, meditabundo o jocoso. Me vienen a la mente, entre otros papeles por él interpretados, el desfondado Tom Sergeant de ´A cielo abierto´, el confuso marido de ´Casa de muñecas´ o la tremenda, arrolladora incorporación de un personaje real en ´Su seguro servidor, Orson Welles´. Pero también le admiro guiándose a sí mismo o a otros buenos actores; dirigiendo a Maribel Verdú y Antonio Molero en ´El tipo de al lado´, extrayendo nuevos registros de Concha Velasco en ´La vida por delante´. Y tantas otras funciones más lejanas.

En este actor y director hay mucho más. Pou es un hombre de extensa cultura, estudiosos de muchas materias, al que bien podría aplicarse que ´nada le es ajeno´. Domina los clásicos tanto como las últimas aportaciones de la vanguardia mundial, que sigue atentamente en sus viajes a Nueva York, Londres o París. Y conoce a fondo oel universo de los grandes musicales, cuya historia desgranaba magistralmente en un programa de Radio Nacional, que yo procuraba no perderme, hace algunos años.

Por añadidura, Pou ha llegado esta vez a Valencia conducido por otra gran figura del arte escénico, polivalente como él: Mario Gas. No he podido olvidar su ´Follies´, el mejor musical jamás representado en España, para el que era tan difícil encontrar localidades en Madrid, y que merece rotundamente una reposición. En fin; que si ustedes no han visto ´Sócrates´, apresúrense. Esta tarde es la despedida. En ese Teatro Olympia que cumple cien años pletórico de energía juvenil.

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