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Chapapote machista

Mientras España entera execra a los violentos que han asesinado, luego de en muchos casos, abusar y torturar, a sus parejas, en una lista que no tiene fin y que no se frena con solo decir «nunca más», se suelen olvidar cuán común es el caldo de cultivo del machismo en que se cuece la violencia que repercute muy en general y que en algunos casos llega al extremo. Generalmente está en nuestros colegios e institutos, y no diré en las calles y los bares. El machismo desborda y aparece en no pocas conversaciones bajo apariencia de tradición y viejos valores, cuando no de humor carpetovetónico. Y es mucho más amplio su repertorio y las máscaras que toma, bajo apariencia de trivialidad. Y así se extiende más y subsiste como en la pretendida antigua sociedad patriarcal.

No quedamos sorprendidos cuando en los estudios estadísticos vemos que esta tendencia o inclinación no solamente persiste en la juventud, sino que crece y se adorna, puesto que los episodios de violencia de unos jóvenes contra otros no cesa (los chicos hacen bulling a otros chicos, más débiles, o menos pertrechados, pero hay agresiones de chicas a otras jovencitas, que además de ser alarmantes vemos que ganan en intensidad, y otros factores, los juegos, la tensión social, la rivalidad, el autoodio, parecen combinarse en el cóctel).

Hay una nueva presión contra quienes se perciben como diferentes, bien a los que creen homosexuales, bien a los que se declaran transexuales. En estas generaciones presuntamente nuevas (¿) hay mucho de conservadurismo, insuflado desde las alturas, a pesar de la prédica de la tolerancia y de la igualdad, que nadie percibe. Cabe observar la cautela y el miedo que sienten unos de otros, cuánta presión ejercen unos sobre otros, y cómo se dejan arrastrar por la corriente principal y, por tanto, segregan a algunos/as y crean el vacío, como llevados por un sentimiento que les une, que les hace así creer en su fuerza, que es la del terror, ejercido por algún líder sin aspavientos, y muy seguro de su poder sobre su rebaño, fruto de su ignorancia o de su hipocresía. Todo se basa en fantasmas o en presuntas creencias que no tienen nada que ver con la realidad y los hechos.

Lo vimos hace años en un filme clásico: La calumnia, de William Wyler, con Audrey Hepburn y Shirley McLaine. Y nombro este, basado en la obra de Lillian Hellman The children´s hour, por atañer al lesbianismo, que empuja a una de ellas al suicidio. Y es inminente el estreno de Carol, la nueva película de Paul Anderson, sobre dos mujeres que se atraen y que lo llevan muy difícilmente (eran los 50 en EE UU). En nuestra sociedad, vamos ya por un sexto del siglo XXI, donde el matrimonio gay es de ley, aunque aún alza polvaredas. Pero podría citar cuán minoritario es el cine gay o como no se estrenan las cintas en salas comerciales. Parece que caminamos hacia atrás. Algunos dirán que ya salieron del armario quienes querían salir, ya se reformaron algunas leyes y va bien por ahora. Me temo que no es así y que la homofobia campa y las agresiones se suceden, ante la pasividad.

Esto también es violencia de género, que es a lo que iba y tiene ese trasfondo y ese légamo de la sopa boba del machismo residual, el padre de todos los prejuicios de la violencia estructural „de palabra y de obra„ y de cada día. No desaparece y puede que crezca todavía más porque algunos inmigrantes proceden de países con tradiciones sin ningún respeto por las minorías ni por los derechos individuales. Y que traen en su mochila esa infamante tara, a pesar de ser europeos a veces o descendientes de españoles que se fueron. El pez se muerde la cola consecuentemente.

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