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Ojos que te miran

Nadie entiende muy bien por qué Luis Bárcenas, el supuesto ladrón desleal a su patrón, el PP (pese a lo cual lo mantuvo, y le dio ánimos, cuando ya lo había despedido: no se puede vencer al amor), no se sabe, digo, por qué el tesorero maldito debe presentarse en el juzgado una vez por semana y los titiriteros de la pancarta, todos los días. Tampoco se sabe por qué se archivó el caso de los abusos a menores en el colegio marista de Barcelona, pese a las denuncias. Ni por qué no tuvo consecuencias, hasta ahora, el vídeo del coche de hinchas del Madrid que atropella, en Valencia, a una multitud; quizás la camiseta blanca te convierta en aforado, como Rita Barberá: aquí somos muy de fueros y las provincias vascongadas, que son una cagadita en el mapa, tienen los más gordos, los fueros.

La base de la administración de justicia es la ley (o sea, la fuerza, el ojo y los ojos que te miran), no la justicia. No puede ser de otra manera: el sentimiento justiciero causa más víctimas y aún es más peligroso que la señora que, con muy poco criterio, anda por ahí con una espada y los ojos vendados, se va a descalabrar. A la justicia divina se le espera mucho, pero quizás no esté, y la justicia poética no se percibe salvo después de mucha paciencia y cultivo de la afición. Mejor la justicia de toda la vida, que es como la caja de herramientas de un chapuzas: vale para todo, es muy primitiva y abriga con sus recursos, parsimonia, garantías y considerandos. Si creen que este mundo es malo, debieran conocer otros.

Por todo ello, mi admirado Miguel Catalán ha sacado un librito que sólo es pequeño de formato y que se titula Franz Kafka y la acusación como condena; otro día les hablo de él. Un holandés se chupó doce años de cárcel porque nos cuesta entender que no todo el que parece violador, lo es. Hay pena de banquillo y pena de telediario, como hay una justicia, sumaria, de las peluquerías y de los tertulianos (cada día más parecidos a las peluquerías, pero con menos glamur) que condenó a Dolores Vázquez, como después condenaría a Francis Montesinos: por todo, por nada.

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