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El arte de la retirada

Dos semanas después de la investidura fallida de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, las encuestas les empiezan a ser favorables a los partidos del acuerdo y las crisis se desatan en las formaciones de los extremos.

El genio militar de Napoleón prestaba tanta atención a la retirada de una batalla perdida como a la estrategia para conseguir la victoria. Una retirada a tiempo es mejor que una derrota, reza el refrán que compendia esta idea. Otro genio, el filósofo Friedrich Nietzsche, dejó dicho que si era la gloria lo que uno perseguía debía «despedirse a tiempo de los honores y dominar el difícil arte de irse en el momento adecuado». ¡Y tan difícil! Por eso los norteamericanos limitan el mandato de sus presidentes a ocho años gracias a la vigesimosegunda enmienda aprobada tras la II Guerra Mundial.

En nuestro país, en cambio, desde las últimas elecciones el 20D, congelado el tiempo del gobierno general, la falta de perspectiva sobre el devenir de la batalla política está causando múltiples víctimas, muchas más de las previstas, básicamente provocadas por la incapacidad de sus actores para retirarse a tiempo. Las costuras han empezado a deshilacharse en partidos como el PP, Podemos y hasta Izquierda Unida. En cambio, el acuerdo que muchos consideraron inútil entre PSOE y Ciudadanos les ha blindado ante la opinión pública, mostrando su cara amable y pactista.

Son los partidos más piramidales los que están sufriendo el impasse. Alargar el tiempo les perjudica porque hace evidente la estructura de su mando personalista. En el caso del Partido Popular era bien conocida, en el de Podemos resulta una sorpresa habida cuenta de su retórica florida a favor de la ciudadanía y el empoderamiento en forma de círculos asamblearios. Pero en Podemos, vistos los penúltimos acontecimientos, manda el líder, el gran timonel al modo clásico de las organizaciones marxistas-leninistas. Ya no hay pelotones de fusilamiento ni gulags „ni guillotinas„, pero las purgas entre los aparatistas forman parte del orden del día y la administración de la disidencia resulta inviable.

El PSOE, en cambio, está en su salsa. Dos décadas en el poder y otras tantas en la oposición han construido un partido poco poroso hacia el exterior pero eficiente en el ordenamiento de las luchas internas. Los socialistas están muy trabajados en las guerras faccionales, y suelen concluir con pactos in extremis en los que cada cual se queda con la cuota que le corresponde. La pervivencia de corrientes internas sin demasiado sentido como Izquierda Socialista, dan fe de esa cultura política en el seno del partido, donde con frecuencia no interesa tanto el pensamiento como las complicidades.

Todo lo contrario que el Partido Popular, al que de poco sirvió el modélico ejemplo de José María Aznar, distorsionado por la pésima administración del 11M. Poco se ha movido en el PP, donde los debates se limitan a aprobar los argumentos emitidos desde la dirección sin más matices ni mejoras. La vida de partido entre los conservadores prácticamente no ha existido. Eso explica los 25 años de Rita Barberá al frente de la ciudad de Valencia con una estructura política tan endeble como la que puso en marcha la chapuza financiera, la llamada pitufada por la que todos los empleados debían contribuir al blanqueo de donaciones fantasmas.

El crash del barberismo, que se une al estallido de otros múltiples casos de corrupción, ha desatado una tormenta en el seno del Partido Popular de consecuencias ya inevitables. Desconocemos si inducidos por el genio táctico del propio Mariano Rajoy, o actuando simplemente a la llamada del vigor juvenil, lo cierto es que la nueva oficialidad del partido encabezada por Javier Maroto y Pablo Casado, con la aquiescencia de la figura al alza de Cristina Cifuentes, han iniciado la revuelta interna, cuyo alcance todavía se ignora.

Nada, en cualquier caso, va a poder ser igual para los conservadores si quieren subsistir como partido. Su inmediato futuro pasa por permeabilizar las estructuras y permitir confrontaciones internas, congresos abiertos, liderazgos colectivos basados en ideas€ Liberales, democristianos y hasta regionalistas tibios han de mirarse a la cara para debatir entre ellos. En el caso valenciano, el cráter provocado por el estallido del partido es de tales dimensiones que nadie sabe quiénes están en condiciones de hacerlo renacer. Isabel Bonig se tambalea en dicha función.

Y es verdad que todavía no hay un acuerdo estable para gobernar la nación y hasta sigue siendo bastante factible que antes del verano se repitan las elecciones, pero apenas dos semanas después de la investidura fallida de Pedro Sánchez, las encuestas les empiezan a ser favorables a los partidos del acuerdo y las crisis se desatan en las formaciones de los extremos. Si ya de por sí el entendimiento entre los diversos se daba por extraordinariamente complejo, la emergencia de aspectos críticos en el PP y Podemos añade unas dosis de inestabilidad que hace imposible una gobernación estable mucho más allá de una rocambolesca investidura.

Lo insólito de este escenario político es que todavía haya actores en el mismo que se irroguen el pensamiento de la ciudadanía, antes llamada pueblo, y aún antes clase trabajadora, como si esa construcción literaria existiera como tal o estuviera inscrita en alguna hipótesis universal. A un servidor, cada vez que me mentan como miembro de la agrupación general me da un calambre.

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