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Los referéndum populistas

En una semana se repetirán las elecciones generales de nuestro país, pero unos días antes, el jueves, tendrá lugar el controvertido referéndum británico sobre la Unión Europea. Los nuestros, digo de los candidatos a gobernar el Reino de España, apenas han hablado de la cuestión británica a pesar de los angustiosos movimientos bursátiles de las últimas semanas. Solo el fallido viaje a Gibraltar del premier David Cameron o el asesinato de la activista del Labour Party, Jo Cox, han despertado las conciencias españolas ante el terremoto político y económico que puede suponer el Brexit. En Benidorm, desde luego, están temblando hace meses. Más del 20% de los extranjeros que visitan España son británicos: más de 15 millones y medio de personas el año pasado€ En el litoral valenciano esos datos relativos podrían duplicarse.

La balanza de pagos entre España y UK es también favorable a nuestro país, un comercio que viene a representar del orden del 1,5% de nuestro PIB. Les vendemos frutas y verduras, sobre todo, pero también servicios empresariales, bastante maquinaria ligera, plásticos, medicinas y, en especial, automóviles, muchos de los cuales, seguramente, se ensamblan en la factoría Ford en Almussafes, cuya sede administrativa, por cierto, no está en Valencia sino en Alcobendas, Madrid. Cuesta creer, pues, la inopia en la que viven nuestros políticos y sus aparatos, cuyos comentarios sobre Gibraltar, por cierto, además de carpetovetónicos y patrioteros no conducen a ninguna solución verosímil para el aburrido contencioso del Peñón y sus llanitos. En cambio, la depreciación de la esterlina entre un 20 y un 25% a partir del próximo viernes sí que puede tener consecuencias cotidianas e importantes.

Tras la salida del Reino Unido fuera de la Unión Europea, los euroescépticos amenazan además con extender sus posiciones hacia Holanda y Dinamarca, lo que unido al escaso entusiasmo solidario -y democrático- de los nuevos socios provenientes del Este, puede dejar a la vieja Europa en estado comatoso, de vuelta al eje franco-alemán, pero con una Francia atosigada por huelgas obreras, la emergencia del nacionalismo lepenista y la presencia de más de cinco millones de musulmanes con pasaporte tricolor€

A esta diabólica situación nos ha llevado el referéndum de Cameron, el tercero que se ha inventado el insulso político tory. Contrariamente a lo que interpreta este churchilillo de tercera, un referéndum no es expresión de ningún valor democrático o participativo, antes bien, todo lo contrario. Llamar a las urnas al pueblo para que interprete de forma tan simple como radical una cuestión compleja, es uno de los mayores ejercicios de demagogia populista que podemos encontrar, una apuesta de democracia falsaria que termina, por lo general, generando situaciones mucho más dramáticas de las que pretendía resolver.

Se puede llamar a consultas sobre asuntos menores, en los que las consecuencias por desconocidas de la decisión o no son importantes o pueden revertirse, pero dejar en manos del pueblo el ajusticiamiento de Jesucristo, valga la metáfora, es un asunto que ya fue perfectamente explicado en todas sus perniciosas derivaciones morales por el Nuevo Testamento. Aprendices de Pilatos como Cameron, y desde luego todos aquellos que suscriben el derecho a la autodeterminación de sociedades avanzadas, multicorales y complejas, siguen erre que erre con la táctica del referéndum, el mejor y más rápido mecanismo para polarizar una sociedad, enfrentarla y poner en riesgo los frágiles equilibrios de la civilización.

Si el mismísimo Churchill señalaba que la democracia era el menos malo de los sistemas posibles lo decía en ese sentido, en el de la renuncia a supuestos mecanismos superiores en nombre del pueblo que tantas víctimas ha suscitado en la historia, asumiendo las imperfecciones de un juego de poderes limitados por contrapoderes y toda suerte de filtros. La democracia no es el objetivo sino el mecanismo político que media para que no volvamos a matarnos al dirimir las discrepancias y los intereses en juego.

El referéndum, en cambio, se convierte en el arma de quienes saben manipular los resortes populistas de la política, confundiendo la democracia solo con el voto, cuando la misma contiene infinitos más elementos que la distinguen, desde la separación de poderes al respeto a los derechos de las minorías. A estos amantes del pueblo que más parecen novios de la muerte, les interesa antes la dialéctica inflamada que las consecuencias de una decisión que, por lo general, son pocos los que están capacitados para comprender con sus matices.

¿Realmente un británico común es capaz de distinguir que es lo más conveniente para su país en un asunto como el de las relaciones con la UE? ¿Lo fueron los españoles con la OTAN? ¿Lo serían los catalanes con la independencia de su pequeño país? Hablamos de decisiones políticas irreversibles, de consecuencias profundas y, con frecuencia, imprevisibles.

Para quienes no lo quieran ver, el Brexit y el referéndum catalán son cuñas de la misma madera, como lo son todos los movimientos políticos que llamamos ahora populistas, de izquierdas y de derechas. Todos apelan a la crisis y a la corrupción política, a la falta de vigor de los partidos políticos clásicos, a los excesos de la economía global y de los lobbys del capitalismo especulativo. Se parece, en demasía, a la retórica que inundó Occidente después del crash del 29, incluida Inglaterra, que tuvo en Oswald Mosley a un brillante líder que, viniendo del campo laborista, terminó fundando el partido fascista británico por parecerle insuficiente la democracia previa a la Segunda Guerra Mundial.

Fascistas y comunistas criticaron entonces con mucha dureza a la decadente democracia burguesa, cuyos dirigentes no reaccionaron hasta verse desbordados por una guerra violentísima. Conviene, pues, que la vieja política despierte antes de que sea tarde y se aplique con suficientes argumentos y una renovada ética para no dejarse arrastrar por las nuevas estrategias basadas en el verbo fácil que se lleva la corriente.

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