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El 'joder' valenciano en Madrid

Detesto las palabras malsonantes, pero en ocasiones son imprescindibles. El verbo que encabeza este escrito, en su quinta acepción según la Real Academia Española, significa «molestar o fastidiar a alguien»; además de la tradicional acepción erótica que deriva del futuere latino que, por otro lado, generará el fotre valenciano. Recurro a esta palabra pidiendo previas excusas a lectores elegantes porque es la única que me viene a la cabeza tras leer el artículo que la secretaria autonómica de Economía Solidarista firmó en El Mercantil Valenciano del domingo 24 de julio.

María José Mira, una independiente a la que todos los observadores recibimos con esperanza, pues provenía de un sector tan castigado como las residencias de mayores y dependientes, no ha sido acertada con esa expresión, y seguramente habría podido buscar alguna nueva que no nos trajera tan amargos recuerdos. Esta es una crítica positiva que en nada pretende destruir, sino todo lo contrario, profundizar en su reflexión.

«Un espacio en Madrid: el poder valenciano» rememora la retórica triunfalista de Eduardo Zaplana en sus tiempos de esplendor, copiando incluso el eslogan que en aquel momento se inventó, el poder valenciano y que en la práctica se manifestó como una gran estafa para todos los valencianos y valencianas. Si se trata de una casualidad histórica, resulta nefasta, y si se trata de la idea de algún asesor, merece un estirón de orejas.

Sarcástico resultó que se nos hablara de un poder valenciano cuando aquellos políticos tan simpáticos y tan populistas del antiguo PP sólo pensaban realmente su propio poder personal, y que los movimientos tácticos que Zaplana desplegó en Madrid no fueron para reivindicar nada de esta tierra, sino sencillamente para postularse como presidente de Gobierno de España tras el anunciado cese de José María Aznar. La sumisión a una financiación humillante lo demuestra. Todo valía con tal de ser ministro y después, por supuesto, algo más.

Sarcástico resulta que se nos hable ahora de un poder valenciano cuando precisamente se está coartando el derecho electoral de un partido político a tener su propio grupo parlamentario en las Cortes Españolas. En eso, el PSOE se está equivocando gravemente, puesto que el grupo A la valenciana estaría más cercano a sus postulados, como se demuestra en la coalición gubernamental de la Generalitat Valenciana, que de sus opositores políticos. Los socialistas deberían mostrarse más proclives a esta minoría valenciana a la que nunca dejan articularse.

A la valenciana debería fortalecer su capacidad de molestar y fastidiar en Madrid, y no rendirse tan fácilmente a unas normas retrógradas que buscan reforzar una bipartidismo que ya no existe. ¿Maneras de hacerlo? Hay muchas. No vamos a dar lecciones de protestantismo a Joan Baldoví, que se ha mostrado avezado en estas lides. Pero creemos que se podría presionar muchísimo más, sobre todo en los sectores afines socialistas que seguramente perciben el error cometido desde la cúpula carpetovetónica.

Las historias de nuestros valencianismos antagónicos cada vez son más paralelas. Unió Valenciana debió frenar a Zaplana antes de que se la merendara, sencillamente saliendo de aquel gobierno y ganando la libertad que aquel sacrificio hubiera representado. Compromís debería ser valiente para exigir un respeto en la capital española, porque está en juego su visibilidad. Todavía no nos explicamos como después del fracaso en las primeras elecciones para formar grupo, en el segundo intento no se corrige el mecanismo para asegurarse la viabilidad de la operación.

El primer requisito de un poder valenciano en Madrid sería la existencia de un grupo parlamentario valenciano en el Congreso de los Diputados. Eso es tan evidente que precisamente se está evitando durante toda la historia de la democracia española. O revertimos esa realidad o tendremos que... usar el verbo del título en su segunda acepción, «aguantarse o fastidiarse». Por cierto, esta palabra no la solemos escribir, pero la usamos casi para todo; no en balde tiene siete acepciones distintas. Nos viene a los valencianos y valencianas que ni pintada.

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