El historiador Roberto Villa acaba de publicar un libro de indudable interés: España en las urnas. Una historia electoral (1810-2015). El momento no puede ser más oportuno. El 26 de junio se celebraron las decimoterceras elecciones generales desde la restauración de la monarquía parlamentaria. Y no se sabe si este mismo año, en Navidad, serán las decimocuartas. Menos conocido es que las de junio fueron las elecciones número sesenta y ocho de nuestra historia constitucional, cuyo origen se remonta a 1810, en plena Guerra de la Independencia, cuando fueron convocadas las Cortes de Cádiz. Esta obra pretende mejorar la divulgación de la riquísima historia constitucional de España en su vertiente electoral, tradicionalmente disminuida por factores de distorsión en su funcionamiento como los pronunciamientos militares, los motines populares, el falseamiento de las elecciones y el caciquismo.

Tanto se insiste en los tópicos, los grandes enemigos de la realidad histórica, que apenas se quiere conocer que esos fenómenos, lejos de convertir a España en una anomalía respecto del contexto europeo, fueron comunes a la mayoría de países occidentales donde se estableció el régimen representativo. Y que formaron parte de un aprendizaje y asentamiento acelerado de la política constitucional, que apenas tenía precedentes antes del siglo XIX. Especialmente, esto ocurría con la legislación y la práctica electorales. De hecho, si hoy disfrutamos de unas reglas y de unas elecciones limpias es gracias a la experiencia acumulada por nuestros antepasados durante ambos siglos.

Tampoco se quiere reconocer que España fue pionera en elementos importantes del procedimiento y la práctica electoral hoy inseparables de nuestra democracia como el voto secreto, el abandono de la división estamental y de la representación puramente territorial „sustituida por criterios demográficos„, la confección del censo electoral por la Administración, un código de prácticas ilícitas, el voto directo e igual, o la jornada única de votaciones.

Finalmente, y es la parte menos histórica del libro, pero a su vez demuestra que se puede y que se debe hacer un buen uso de la Historia, el autor entra en el debate sobre los orígenes del sistema electoral actual. Matiza los efectos negativos que se atribuyen a la Ley D´Hondt, a las listas cerradas y bloqueadas y a la elección por provincias. Y deshace otro tópico, el de que se creó para certificar el triunfo electoral de UCD y el control del proceso constituyente por la élite política procedente del franquismo. En realidad demuestra, más bien lo contrario, que la propia UCD fue producto del sistema electoral, que se había aprobado por decreto-ley dos meses antes de la constitución de ese partido. Es decir, impulsó a la plétora de pequeños partidos de centro y derecha a unirse bajo UCD ante el riesgo de perder escaños, o no alcanzar representación, al concurrir por separado.

Más allá del comentario estrictamente político que pueda suscitar, se valoran en sus últimas páginas los aspectos positivos del sistema electoral actual, que es uno de los que mejor combina, en opinión de su autor, los criterios de representatividad y gobernabilidad. Es decir, permite que tengan representación en el Parlamento toda fuerza política con un número significativo de votos en alguna circunscripción, al tiempo que sus incentivos y penalizaciones han facilitado gobiernos estables, duraderos y homogéneos, que explican que el régimen constitucional de 1978 haya podido consolidarse y sortear las crisis políticas que acabaron frustrando la monarquía liberal en 1873y en 1923 y las dos repúblicas en 1874 y 1936. Nos encontramos, pues, ante un estudio valiente y documentado de Roberto Villa, una obra que dignifica la profesión de historiador en un momento en que algunos que dicen serlo se dedican a ser la voz de su amo o a escribir ad usum delphini.