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Gaultier

Ha vuelto una vez más. Jean Paul Gaultier ha vuelto hace unos días a Madrid, donde la revista Icon le ha galardonado en reconocimiento a toda su trayectoria. El antiguo enfant terrible de la moda ya había recorrido media España en los viajes familiares de su adolescencia. Nunca se llegó a interrumpir el contacto, acentuado por su amistosa relación con Pedro Almodóvar „vistiendo algunas de sus películas„ tanto como por visitas especiales para ser jurado de un concurso, o recibir él un premio o inaugurar su gran exposición retrospectiva de 2012 y haberse vinculado en 2011 al grupo español Puig como accionista mayoritario de su firma.

Sobre todo tengo un excelente recuerdo de la concesión de la Aguja de Oro en el año 2000 porque fue cuando le conocí personalmente. Es fácil empatizar al instante con este hombre comunicativo, gesticulador y sonriente, sin aires de divo pese a que su puesto en la moda sea tan importante. Aquel muchacho que no había pasado por más escuela que su precoz intuición y el trabajo en los talleres de Pierre Cardin y Jean Patou, irrumpió como un tremendo proyectil en la moda, agitando la década de los 80. Y demostrando después con su inmensa capacidad, al abordar desde 1996 la Haute Couture con colecciones volcénicas y ponerse luego al frente de la dirección artística de Hermès durante más de siete años, a la vez que triunfaban sus perfumes y creaba muebles y objetos para Roche Bobois o diseñaba para el mundo del espectáculo.

El reciente premio de la revista masculina subraya lo que Gaultier puso en marcha: una auténtica empresa de deconstrucción de la indumentaria varonil desde su primera colección de 1984, que tituló El hombre objeto, en claro propósito de abolir los estereotipos asociados a los géneros. Como él afirma: «La virilidad no está en el vestuario, sino en la cabeza». Y en la moda femenina hizo tambalearse el concepto de una elegancia acartonada para dar paso a la más imaginativa libertad. Sin embargo, hasta la mayor de sus excentricidades está gobernada por una mente lúcida y racional. Vestir tanto a Madonna como a Catherine Deneuve o Charlotte Rampling es el rotundo ejemplo de cómo en Jean Paul Gaultier se funden provocación y clasicismo, singular manera de lograr su objetivo esencial: «Romper fronteras injustas sobre la edad, la belleza o la raza». Por eso se reconoce su labor, y por eso muchas de las que ahora se consideran «locuras» de algunos diseñadores, nos hacen pensar a los que hemos seguido su itinerario: ¡Esto ya lo hizo antes Gaultier!

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