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Rehenes del cambio horario

Los restos del aquelarre de la noche de Halloween lucen por calles y plazas y es Día de Difuntos. Muchos duermen sin duda la mona o la resaca. La brigada de limpieza intenta paliar los efectos del desastre que la importación de este folklore comporta. Se ha apuntado mayormente la juventud, y se comprende, bajo influencia de series, películas, marketing o internet. Estamos conectados y se enganchan unos a otros, también algunos más maduros a los que disfrazarse les va y más con el morbo. En vísperas ya vimos toda suerte de monstruos, una ciudad poblada de zombis.

Pero lo que nos afecta más que el ruido y los excesos nocturnos de las manadas juveniles, es el cambio de hora, una decisión implacable e inapelable que dos veces al año nos altera con muchas consecuencias para nuestro descanso y nuestras costumbres, por no decir para nuestro equilibrio (horas de luz) y nuestro biorritmo. Nos despertamos, automáticamente, y son las 7 en nuestro reloj biológico, pero tardará una hora en ser según las manecillas del reloj o despertador las 8. Y no hay nada abierto. Es más, parece que la buena gente ha encajado mal el cambio, no por anunciado menos temido. Y se muestra remisa a acudir a sus puestos y levantar la persiana. Se comprende, ellos son humanos y no máquinas.

La excusa es siempre que la decisión se tomó hace medio siglo o más, y que lo pide la Unión Europea, ese retraso (respecto al horario de verano, que según parece no nos cuadra con el meridiano al que estamos orientados). Este año varios las Corts Valencianes y el Parlamento Balear han aprobado resoluciones para instar que no cambie este horario. De momento se llaman a andana.

Los efectos son variados y nada leves. Porque somos animales de costumbres y sentimos hambre o sueño con arreglo a pautas establecidas durante meses y años? Que estemos incómodos o con el estómago protestando una hora o más, es para que esa tradición del cambio horario se consume con nuestro sacrificio. Que vayamos al cine y entremos cuando está anocheciendo (es la sesión de tarde) nos deja perplejos. «Anochece ahora más pronto», dice un amigo. No, han retrasado la hora dichosa y la sensación es totalmente diferente. Si damos una vuelta al volver es de noche, o casi, las luces de la calle no se han encendido, los coches surgen en la penumbra, las calles son ominosas. Por la mañana, claro, hay más luz de sol, como estos días de alta presión, despejados. Aunque eso sí, ha hecho 15 grados, fresquitos (en Montreux los hacía a mediodía). Pero los barrenderos han comenzado su tarea y tienen el doble, porque les han dejado toneladas. Y el centro apesta. Sí es la mala costumbre, mucha fiesta sin previsión de las necesidades. Urge baldear a fondo, si tienes sentido de la higiene. Nos parecemos al tercer mundo, sin querer o por mor de ahorrar.

Estamos viendo luego los primeros noticiarios y vuelve a picarnos el apetito, como un reflejo condicionado indeseado. Demasiado pronto para cenar. Cedemos a la tentación de picotear, que no es recomendable, pero aligera el tormento. Más mortificación por el cambio horario. Todo por un ahorro ficticio de 250 millones de euros al año, señalan. No creo que en fábricas y oficinas dependan de la luz del sol, ni de día. No en los grandes almacenes, aún cerrados. ¿Ahorran petróleo o gas? No en Madrid contaminado. Nos toman por rehenes y nos cuentan un cuento poco creíble. Como en todo.

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