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"Rita lovely" suena en un bulevar

Los Beatles cantaron Rita lovely mucho antes de que la mayoría de los valencianos quedaran seducidos por el desparpajo de Rita Barberá. Contra lo que se ha rememorado, el camino hacia esa simbiosis no se trazó de modo lineal, sino que fue un sinuoso trayecto. José María Aznar le había ofrecido encabezar la lista para la alcaldía a la periodista María Consuelo Reyna, a quien se atribuía la construcción del éxito electoral de Unión Valenciana. La entonces directora de Las Provincias declinó el ofrecimiento pero propuso una alternativa: Manuel Broseta Pont. Éste dudó lo suyo, incluso evacuó consultas al respecto con Ferran Belda, entonces director de Levante-EMV. El gran abogado mercantilista también rehusó ser candidato. Fue entonces cuando se encomendó la tarea a otra periodista y diputada, hija de periodista, Rita Barberá. Comenzó a partir de ese momento su idilio con su ciudad, el de mayor duración que ha tenido lugar en la urbe valentina desde los tiempos de Blasco Ibáñez, el otro gran seductor político, el único que propulsó a un valenciano a la Presidencia del Gobierno de la nación, Ricardo Samper.

Tras un cuarto de siglo comandando Valencia, dando cuerpo a Valencia, de lo que tan falto andamos, ha muerto sola y en medio de una tristeza amarga y profunda. El fallecimiento de Rita ha provocado una gigantesca catarsis. Señal del tamaño de su figura por más que controvertida. En el PP se han desatado todos los demonios familiares y también entre buena parte de la prensa. Los jóvenes inmaduros de Podemos han cometido un error que les pasará factura, pues han negado el último respeto a un muerto, un gesto que en el Mediterráneo separa la barbarie de la civilización como bien cantó Homero en el episodio de La Iliada cuando Príamo solicita el cadáver de su hijo a Aquiles. En Compromís, sabedores del calado popular de la figura de Rita, no han cometido ese desliz. Joan Baldoví y Mónica Oltra han estado perfectos, Antonio Montiel también, hasta el alcalde Joan Ribó, uno de los difusores del ritaleaks con su ristra de facturas de la exalcaldesa, ha gestionado con honorabilidad y madurez la situación. Valencia, por primera vez en mucho tiempo, ha dado una lección de convivencia política. No tenemos los valencianos demasiados momentos para sacar el orgullo patrio a pasear.

Se ha dicho que sus amigos del PP la abandonaron. En política no hay amigos. A Sócrates lo condenaron los suyos, y los Médici vivieron dos veces el exilio de Florencia expulsados por la Signoria. En política rara vez se alcanza una zona de entente con el adversario, y entre los propios hay que prevenirse de las puñaladas por la espalda y las celadas. El pueblo también muestra su ciclotimia con la política, se encandila hasta el orgasmo con los grandes líderes para luego vapulearlos. Winston Churchill ganó una guerra y a renglón seguido perdió las elecciones. Saber irse a tiempo no es fácil.

Y es verdad que el PP no tuvo piedad de Rita y ahora lo lamenta visto lo visto en los funerales y las condolencias populares que está suscitando. Pero en la actual coyuntura, con la política de nuevo confundida con la infamia y la corrupción, el PP no podía hacer otra cosa. Rita había sido atrapada por el remolino mediático, situada en el centro de la diana por la oposición cazarrecompensas. Para salvar a Rita el PP tendría que haber optado por la refundación, pero esa vía ha sido cegada por Mariano Rajoy, pues no tiene objeto una terapia de choque mientras el timonel del barco siga siendo un senior como Mariano. Rajoy, es verdad, necesitó a Rita en las elecciones para que no se hundiera el barco. Por eso se tomó su tiempo antes de condenarla al ostracismo socrático. Defender a Rita le debilitaba como si fuera criptonita. Estamos en política, así que no tuvo más remedio que ceder al modo de Pilatos. Esa es la crueldad de la política a la que tan ajena es la gente corriente.

Invitada a? Expulsada en suma, como González Lizondo, del partido que fundara. La misma cicuta. El orgullo impidió a Rita retirarse a Xàbia. Era una leona, retó a los elementos, se confundió con el Supremo. Demasiados años en el poder le hicieron perder la perspectiva. Morir en Madrid por culpa de un infarto de estrés y ansiedad ha sido un mal final.

Cuando quería, en las distancias medias, era imbatible, simpática y seductora. De más cerca, a veces, le perdía la altivez, su poca cintura, como en el Cabanyal, donde se hizo patente la ausencia de consenso y diplomacia. Y eso que más que gobernar ejercía de embajadora plenipotenciaria. Dejaba hacer a sus equipos y apenas unos gestos y unos cuantos adjetivos servían a los concejales para adivinar sus deseos. Pero recibiendo, en el salón pompeyano o en el balcón fallero, era una anfitriona arrolladora. No fue gratuito que el nuevo gobierno municipal abriera de par en par el balcón para arrebatarle aquello que tanto la simbolizaba.

El balance, aunque polémico, no es malo, ni mucho menos. Solo en el terreno de la cultura, donde no se sentía segura, su gestión resultó anodina, pero esa es una carencia bastante generalizada en la política cultural española. Cuando se atrevió con el tema se organizaron unos grandes fastos congresuales a los que vino Umberto Eco. El semiótico boloñés dejó para la posteridad su cita valenciana: «Cuando los chinos se limpien el culo con papel, los bosques del mundo se extinguirán». Mucha hipérbole, demasiada ironía y descreimiento para Rita.

Claro que se merece una calle o una plaza, quizás incluso, mejor, un bulevar. Tiene más sonoridad, el Bulevar de Rita. Suena rotundo y a la vez amable, como sus grandes risotadas.

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