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Arte de triunfadores

Cuenta el historiador y teórico alemán Wolfgang Ullrich una anécdota muy representativa de un tipo de arte que él califica de "arte de triunfadores para triunfadores".

El Museo de Arte Contemporáneo de Massachusetts encargó en 2007 un proyecto al suizo Christoph Büchel, cuya propensión a las grandes instalaciones es muy conocida.

Büchel quiso aprovechar al máximo la infraestructura de ese museo, dotado de grandes talleres, así como las posibilidades logísticas que ofrecía e ideó una obra consistente en una casa de dos pisos, un Boeing 727 incendiado, una vieja sala cinematográfica y un tiovivo con bombas.

Cuando se llevaban ya gastados más de 300.000 dólares en aquel megalómano proyecto, al director del museo le pareció que Büchel se había extralimitado, pero, en vez de renunciar al mismo, optó por presentar sus distintos elementos empaquetados y por separado en una de sus salas.

Indignado, el artista pidió el desmontaje de todo y exigió una indemnización. El asunto acabó ante un tribunal, que dio la razón al museo, y como reacción, Büchel declaró obras de arte las cartas recibidas de la dirección del museo documentando la polémica, cartas que intentó luego vender al precio de 45.000 dólares cada una. Es lo que llamaríamos arte conceptual.

A ese tipo de arte ha dedicado Ullrich su último libro (1), en el que repasa y analiza las estrategias seguidas por algunos artistas para realzar el valor de sus creaciones, destinadas hoy menos a museos que a particulares que no saben qué hacer con su dinero.

Se trata de artistas que atienden las necesidades de una riquísima clientela, que muchas veces no tiene el menor sentido ni conocimiento estético y para la cual el valor de una obra depende sobre todo del dinero que la gente de su condición esté dispuesta a pagar por ella.

Mientras que el precio de cualquier otra mercancía se rige por la ley de la oferta y la demanda, en el caso del arte del que habla Büchel, depende sobre todo de su capacidad de escandalizar al mundo por el precio pagado.

Ese tipo de obras hacen más "visible la riqueza" de quienes pueden permitírselas porque gastar tanto dinero en algo "cuyo valor es inseguro e inexplicable" para el común de los mortales tiene un fuerte "carácter de irracionalidad".

Que un yate cueste varios millones es algo que puede explicarse racionalmente, pero no que se pida la misma suma o incluso más por un cuadro del alemán Gerhard Richter acabado en una sola tarde "con un rascador y pinturas de vivos colores y de la que existen cientos de variantes", señala Ullrich.

Los artistas de los que habla el autor trabajan muchas veces pensando no en el museo, sino en el ambiente doméstico de un coleccionista privado y de hecho muchas de esas obras acaban en penthouses o en chalets cuando no en algún puerto franco de Suiza.

Son obras en muchos casos con un fuerte carácter decorativo - de hecho algunos de esos artistas han trabajado para casas de moda- y que pueden combinarse perfectamente con otros objetos de interior como muebles de diseño, lámpara o alfombras.

Y si el artista quiere pese a todo presumir de anticapitalista y rebelde, como tantas veces ocurre, tiene que hacerlo con ayuda de un aparato crítico, que algunos teóricos del arte o comisarios de exposiciones están más que dispuestos a aportar.

Muchos de esos artistas, como el británico Damien Hirst, el estadounidense Jeff Koons, o el japonés Takashi Murakami, tratan además de influir en la recepción de sus obras, determinando, por ejemplo, qué publicaciones pueden reproducirlas o exigiendo ver antes los textos que se les dedican.

El libro de Wolfgang Ullrich ofrece varios ejemplos de tales exigencias, pues los lugares reservados para la reproducción en sus páginas de las obras de algunos de los artistas de los que habla - Jürgen Teller, Koons, Andreas Gursky o Thomas Ruff - aparecen en blanco con la nota de que se obtuvo la autorización correspondiente.

(1) "Siegerkunst. Neuer Adel, teure Kunst". (Arte de triunfadores. Nueva aristocracia, caro deseo"). Edt. Wagenbach 2016.

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