Somos miopes, y somos de aquellos que tropiezan una y otra vez con la misma piedra, y eso que me refiero a un peñasco enorme, visible, que está en medio del camino. Pues no importa, zas!, nos damos de cabeza de forma insistente. Ya sé que eso de reincidir nos ocurre con frecuencia y con muchos temas, pero ahora me refiero a la situación de la ciudad y a su condición creciente de ser invivible. Creamos una estructura para vivir juntos, y luego hacemos que no se pueda vivir en ella. No hay nada como ser el homo sapiens.

Nos lo advirtió el club de Roma con sus informes (el primero en el año 1972, el segundo en 2004, el tercero en 2014, todos alarmantes). Lo reconocieron las propias ciudades en la llamada carta de Aalborg (1994), pero da lo mismo, hablaron, leyeron, reflexionaron, y luego las grandes urbes siguieron a lo suyo y, claro, empezaron a sufrir. Pero tampoco aprendimos, continuamos como si nada y cada ciudad sigue los pasos erróneos de sus antecesoras sin pestañear, sin poder espirar, y hacia el precipicio.

Estos días hemos asistido a los episodios de Madrid, y nadie imagina que Valencia, puede estar igual en unos años. Pero no importa, parece que eso son cosas que solo les pasan a los demás.

Y la derecha, doblemente miope y ondeando la falsa bandera de la libertad, carga contra cualquier medida que limite el uso del transporte privado; puede ser que Madrid sea la única ciudad del mundo que ha ido a parar a los tribunales por defender al humilde peatón.

Nada de eso tiene sentido, y es el momento de cambiar de rumbo definitivamente. Construir la ciudad para la ciudadanía, hacer prescindible el coche, limitar su reinado a la excepción, y permitir el paseo seguro, el aire limpio, la movilidad generalizada.

Para eso, tenemos que construir una escuela para la ciudadanía, de asistencia obligatoria y con un juramento hipocrático que nos vincule definitivamente a ese compromiso con el futuro desde el presente. Pero no es una escuela de niños, no crean, es para todos aquellos que creemos que ya no nos hace falta escuela alguna, y ni siquiera hemos empezado a aprender. Una escuela para miopes, que nos enseñe definitivamente a mirar, a ver, a respetar, a comprender.

Tal vez así, los que aprueben, puedan gestionar adecuadamente esto que llamamos ciudades y nosotros mismos estamos convirtiéndolas en el reino de los coches.