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"Quo Vadis" Europa?

¿Qué le pasa a la Unión Europea? ¿Tan difícil es encontrar un tratamiento? ¿O son los médicos los que no están a la altura de la enfermedad? Cada noticia, propuesta o idea que nace en Bruselas se convierte en un paso atrás, en un recorte de las ambiciones europeístas que nacieron hace sesenta años con el Tratado de Roma. Las seis décadas no se llevan bien y 2017 lleva camino de convertirse en el «annus horribilis» para un proyecto que nació pensando en la çeconomía, apuntó hacia los habitantes del Viejo Continente y se ha convertido en un espacio único del egoísmo nacionalista y particular.

Los cuatro grandes de Europa, dos de ellos pendientes de unas más que complicadas elecciones -Alemania y Francia- y otros dos, -Italia y España- de unas más que complicadas situaciones internas, han decidido marcar el paso de la futura CE después de que su presidente, Jean-Claude Juncker, pulsase la semana pasada el botón de alarma. Muy pocas explicaciones más allá de las dos velocidades por parte de Merkel, Hollande, Gentiloni y Rajoy, y muchas menos preguntas, ya que decidieron hablar y hacer «mutis por el foro» en Versalles, en una de esas comparecencias sin preguntas, desgraciadamente cada vez más habituales. Hay que tomar una decisión entre las cinco opciones planteadas por el Libro Blanco para los 27 tras la anunciada deserción de Gran Bretaña, y parece que esa discusión se ha dado por finalizada antes de empezar. El que tenga el mejor coche, que vaya mas rápido y llegue antes. Pero, ¿a dónde?

El «brexit» ha sentado muy mal a Bruselas. Ha sido como inocular un virus resistente en una herida que no se había cauterizado. La gran Europa empiza a imaginarse más pequeña. Pero tal vez, las mayores dudas sobre ese gran espacio único empezaron a emerger con la crisis económica y sus soluciones; ese maremagnum de recortes, control del déficit, y relegación de las conquistas sociales que desembocó en un profundo desapego de los ciudadanos europeos hacia unas instituciones que evitaron prestar la atención necesaria a la grieta de la desigualdad que se gestaba y que ha terminado consolidándose y abriendo las ventanas europeas al populismo y al nacionalismo en todas sus versiones, incluyendo las más insolidarias, racistas y egoístas. Y aún hay más errores, como el de la ambición. La incorporación de muchos países, ya sea por motivos estratégicos o de otro tipo, con situaciones políticas y económicas divergentes, ha contribuido a esa división. La moneda o la frontera única no unen, el auténtico pegamento está en los ciudadanos, y estos han quedado al margen del proyecto. En cuanto la situación general se ha torcido, los dirigentes europeos que debían redirigirla se han perdido en particularidades, porque no hay una figura que consiga aglutinar un proyecto que ha dejado de ser colectivo y ha pasado a convertirse en la suma de individualismos.

Y no estamos para ver el naufragio de un proyecto como el de la UE. Una institución que se ha ido colando en nuestras vidas privadas sin ser conscientes de ello. Ahí está el euro, los «erasmus», las autovías, las redes de trenes de alta velocidad construídas con ayudas comunitarias. Las trasposiciones de leyes que serían imposibles en algunos países si no emanaran del Europarlamento. Incluso sentencias del Tribunal de Justicia Europeo que nos han permitido ganar batallas contra los abusos de instituciones como las entidades financieras.

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