Nunca lo pasa peor el político que el día electoral, cuando los votantes hacen cola con ese rostro enigmático que adorna al poderoso. ¿Cuántos de los sobres que van llenando la urna tendrán mi papeleta?, se pregunta angustiado al ir a votar. Luego la imagen de esa urna, que parece refulgir, se hará presente en sus sueños, pues de ella depende su futuro político y muchas veces el material de su familia. Sin una urna en el imaginario un político no es nada, y además la necesita para no creerse un elegido de los dioses y ponerse a levitar. La urna es así, también, una especie de grillete rectangular que lo mantiene atado al suelo. El paso a cada tanto por la urna es su única cura de humildad eficaz, expuesto como está al virus de la soberbia y el abuso del poder. Mientras los máximos dirigentes de Europa no pasen por las urnas de todos los europeos no deberían estar habilitados.