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Recio

San Vicente y su museo

Vicent Blasco Ibáñez fue el adalid del laicismo en Valencia y su partido republicano combatió ferozmente el clero y la Iglesia. Sin embargo, Vicent debe su nombre a la devoción que su propia madre sentía por Sant Vicent Ferrer, pues su padre se llamaba Gaspar y su madre Ramona. Esta señora tenía tanto amor por Sant Vicent que quiso que su hijo se llamara así. Además, lo apuntó como «xiquet del miracle» en el altar del Mercat, muy cercano a su domicilio en la calle de la Jabonería Nueva, con gran disgusto de su padre, que era poco religioso. La familia Blasco Ibáñez se enmarca en ese tipo habitual de familias valencianas donde de una parte el hombre se siente muy poco vinculado a la Fe, interpretando el papel de fuerte e independiente, y de otro la madre afirma y reafirma ese vínculo espiritual que viene de los antepasados, ejerciendo un rol más debil y sumiso. Pero al final la religión puede más que los prejuicios.

Vicente Blasco Ibañez, aunque alardeó de anticlericalismo, tuvo guiños a la religión católica en su propia vida personal. Por ejemplo, se casó en los Santos Juanes con su novia María Cacho, cuando podía haberse rebelado contra el matrimonio religioso, que en aquellos tiempos, como ahora, tenía pleno valor civil. De otro lado sus últimas novelas fueron muy respetuosas con la iglesia e incluso loaron a personajes como el Papa Luna o los Papas Borja. Incluso se rumoreó que en sus últimos momentos de vida pidió confesión y que ordenó que lo enterraran con un crucifijo. Mucho se habló, cuando su cuerpo fue trasladado desde Mentón hasta Valencia en 1933, que no se había permitido abrir el ataúd precisamente para que nadie viera ese símbolo religioso que coronaba una vida de alguien que había luchado supuestamente contra la Iglesia.

Hubo también un Sant Vicent Ferrer en casa de Blasco Ibáñez. El novelista se lo encargó a un imaginero del barrio de la Xerea para regalárselo a su madre con el primer dinero que ganó en su juventud. Esta talla de madera, vestida con telas, fue conservada por doña Ramona, quien luego se la regaló a María Cacho. La primera esposa de Blasco Ibáñez era tan beata como su suegra y conservó la imagen en su chalet de la Malvarrosa hasta su fallecimiento, otorgándosela en herencia a una criada llamada Balbina que vivía en la calle del Torno del Hospital.

Sus hijas denominaron siempre a esta estatua «el Sant Vicent de Blasco Ibáñez», lo que causaba gran sorpresa en quienes escuchaban la expresión y sabían de la trayectoria política del escritor.

Este «Sant Vicent» es uno de los objetos con historia que merecería estar en un «Museo de Sant Vicent Ferrer» que el concejal de cultura festiva debería valorar seriamente. Hace pocos años, y unos locales muy costreñidos por la propia ubicación, se abrió el Museo de la Virgen de los Desamparados. Parecía que iba a ser una entidad pequeña, y sin embargo se ha convertido en un museo puntero y de gran importancia. ¿Por qué la Virgen tiene su museo y nuestro Sant Vicent no lo tiene?

Hace algunos años publiqué en este diario un artículo en el que lamentaba que no tuviéramos el acta de declaración de San Vicent como patrón del Reino de Valencia, documento perdido en lo más profundo del medioevo. El profesor Ballester-Olmos recogió presto el guante y presentó un libro impresionante con toda la tradición del patrón en la documentación existente, especialmente las actas del Consell.

Ojalá sucediera algo parecido y empezara a ponerse en marcha un local donde Sant Vicent fuera custodiado en su vertiente histórica y social, además de la religiosa. Quizás en su basílica de la calle Cirílo Amorós, quizás en su casa natalicia remodelada... un lugar donde se custodien todos los tesoros culturales que emanan de Sant Vicent, y por supuesto de sus altares. ¿Es la Junta Central Vicentina la que debería promover un Museo Vicenteferreriano en Valencia? Si así lo hiciera podría instalarse allí ese archivo general de milagros rodados en video, la «Milagroteca», para que la memoria de estas obras prodigiosas no se pierda.

Desde luego la Ciudad de Valencia y Reino están en deuda con este personaje excepcional que todavía no ha tenido todo el homenaje que merece. Si algun día llegara a abrirse este museo, constituiría un hito turístico de gran valor espiritual para los visitantes. Y materiales no le faltarían, sin dudas. Porque San Vicent es el gran icono de Valencia, la figura que proyecta al mundo la esencia de esta tierra.

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