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Matías Vallés

Tu vecino también está equivocado

Cuando los periódicos estaban dirigidos por hombres, el auténtico poder de la redacción residía en la suegra del director. En la letra menuda de la grandilocuente libertad de expresión, el firmante de la cabecera del diario comunicaba a su equipo de redactores jefe que «la madre de mi esposa dice que la tipografía de las definiciones del crucigrama es microscópica, por lo que padece un infierno para resolver el condenado pasatiempo».

Esta notificación causaba más pánico que la llegada de una moto del ministerio. Sí, hablamos de esos tiempos. El sometimiento al diktat de la suegra del director generaba un intenso debate deontológico para reparar la ofensa visual, porque el tamaño es siempre lo que importa. Mientras la plantilla se volcaba en satisfacer las pejigueras de la recia dama, la actualidad huía por la ventana de la redacción.

El discernimiento racional de las personas con autoridad crítica ha acabado por imponerse en las empresas del ocio. Los diseñadores de videojuegos y demás artificios diabólicos tienen terminantemente prohibido recabar la opinión de sus familiares o vecinos. Si un objeto goza de una tirada millonaria, no puede estar sometido a los designios de una suegra, pese a la acreditada perspicacia de la profesionales de dicho gremio.

Un ser anónimo, por irreprochable que sea su intención, no puede tergiversar los dictámenes colectivos a cargo de laboratorios de ideas y de focus groups. De la mayoría no sale lo mejor, sino lo más consensuado. Si estar excesivamente involucrado nubla el juicio, la ausencia de compromiso con una opinión acaba por imponer el capricho. Putin sí o Putin no, depende de mi espíritu de ánimo.

El vecino posee un acceso a nuestra intimidad que los gigantes de los diseños tecnológicos intentan neutralizar. La credulidad siempre acaba por imponerse a las propias convicciones, incluso en Donald Trump. Tu vecino también está equivocado, un veredicto que se cumple asimismo para quienes hemos elegido unos vecinos particularmente sabios.

La erradicación de la opinión particular no merma la creatividad individual, sino que la protege. Los campeones del diseño del nuevo universo confían hasta tal extremo en sus genios o ingenieros, que temen que un ser sin estas dotes visionarias malogre un proyecto que aúna millones de voluntades y de euros. Empiezas por prestar oídos a tu vecino y acabas por desentenderte de tu jefe, que se llama Steve Jobs y no encaja demasiado bien.

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