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Adiós a los fogones

Julio es un mal mes televisivo. A partir de esta semana empieza a escasear la oferta potable. Hoy mismo despediremos «MasterChef» (TVE). Si me dicen que Nathan, Miri o Jorge iban a estar en la semifinal o final ni me lo creo. ¿En serio? ¿Nathan? ¿Con esa verborrea que vende más humo que el nitrógeno líquido? ¿Miri? ¿La «healthy recipes developer», como ella se denomina? ¿La que habla de sí misma en tercera persona, como Aída Nízar? Venga ya. ¿Jorge? ¿El futbolista que ha pasado sin pena ni gloria y que si no llega a ser por la tontería que se trae con Miri ni nos hubiéramos enterado de que está ahí? Que no, hombre, que no. Sin embargo, sí veía en la final a Elena. No me sorprende ver ahí a la policía sevillana, aunque al principio no era santo de mi devoción. Su expulsión parece que le bajó los humos, y la repesca la ha devuelto a todo gas. Le pone ganas, sobre todo mucho nervio, y parece que ese ímpetu da resultado en sus platos. O eso dice el jurado, que una no está allí para catarlos.

Y cómo no, Edurne. Esa mujer es como Karra Elejalde en «Ocho apellidos vascos» pero con tupé. Menudo garrote, que diría Martín Berasategui. A medida que ha evolucionado el concurso se ha convertido en una de las favoritas. Y ha hecho historia porque, como dijo Pepe, ha sido la primera mujer de más de 65 años en llegar tan lejos en el concurso. A los cocineros de renombre -la mayoría hombres, ejem- les duele la boca de decir que sus maestros siempre han sido sus madres y abuelas. Así que el triunfo de la vasca sería un buen reconocimiento a esta cocina de tradición y a esas mujeres que tanto han enseñado. Bueno, eso y porque es la mejor del concurso. Sin más.

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