Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Otro trámite para Rajoy

Ocurre casi todos los veranos. El ambiente está caldeado, las cosas se ponen muy difíciles, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha de enfrentarse a un reto que quizás acabe desalojándole de la Moncloa. Ocurrió en 2012, cuando parecía que España iba a ser rescatada y que a Rajoy le iban a mover del sillón. En 2013, cuando Rajoy tuvo que comparecer en el Congreso para dar explicaciones sobre los mensajes de Bárcenas; en 2014, cuando Podemos acababa de aparecer, el rey Juan Carlos I de abdicar y el sistema parecía desmoronarse; por supuesto, en 2015, cuando el PP había recibido un tremendo varapalo en las elecciones autonómicas y municipales y nadie daba un duro por Rajoy. Tan sólo en 2016 pudo el hombre descansar un poco, tras mejorar resultados en la repetición de las generales. Aunque pienso que ese fue, junto con el de 2014, el peor de los veranos para Rajoy, dado el pobre desempeño de la selección española de fútbol en Eurocopa y Mundial, respectivamente (2012, en cambio... puede que España acabara siendo rescatada, pero lo sería tras jugar como los ángeles y ganar su segunda Eurocopa consecutiva; ¡y con Rajoy al frente!).

En fin, llegamos a la canícula estival con Rajoy en dificultades, y éste las afronta como mejor sabe hacer: sin inmutarse, sin explicar nada, desviando balones fuera y soltando frases que parecen diseñadas para confirmar el tópico sobre los gallegos, que cuando están a mitad de camino en una escalera no se sabe si suben o bajan de ella. Y en cuestión de un mes, el mes de agosto, los españoles ven cómo el terrible desafío que ponía en dificultades al presidente se disuelve cual azucarillo, cuando Rajoy vuelve por sus fueros, tras un mes nadando y andando rápido en Pontevedra, como si nada hubiera pasado. Luego aparecen los catalanes con su show de cada año y la cosa se pone en marcha de nuevo.

Esto es lo que va a suceder también este año, aunque, como Rajoy lleva tiempo entrenándonos, posiblemente no necesitemos el mes de agosto para constatar que ha vuelto a hacernos lo que mejor sabe: un Marianorrajoy en nuestra cara, compuesto por pasotismo, inmovilismo y pachorra, para desactivar cualquier tipo de problema que se le pueda poner por delante, por la vía de congelarlo y dejarlo morir de inanición. En el caso de Bárcenas, la verdad es que el desafío de 2013, cuando los mensajes y el caso de corrupción del PP eran mucho más recientes, parecía más intimidante que ahora. Han pasado cuatro años. Cuatro años de rajoyismo en vena, que han tenido el efecto de relativizar enormemente el significado -sobre todo, el significado político- de Bárcenas, sus mensajes y sus anotaciones que demostraban, sin lugar a dudas, la financiación ilegal del PP (que, como cualquiera puede comprender, no se producía por hermoso altruismo de los empresarios, sino a cambio de algo).

Se ha relativizado porque, como decía con sorna una publicación satírica hace unos días, las urnas han absuelto a Rajoy de sus responsabilidades políticas. Él decidió no asumirlas en su momento (es difícil saber qué habría pasado en un país menos tolerante, o menos habituado, que este respecto de la corrupción, pero probablemente el líder del partido habría tenido que dimitir), y el tiempo, como tantas veces el máximo aliado de Rajoy, le ha dado la razón.

Es absolutamente inverosímil que Rajoy no tuviera ni idea de lo que se llevaba cocinando años en su partido, y frases como «Luis, sé fuerte» pueden leerse en un sentido incriminatorio de «Luis, calla y sé fiel, que nos jugamos mucho y no olvidaré tu sacrificio». Pero mientras no haya pruebas fehacientes de ello, Rajoy se puede escudar en que su «Luis, sé fuerte» venía a ser «ánimo, Luis, y si puede ser no me molestes más, que ahora mismo estoy viendo el partido» (el de fútbol, claro, no el PP). Y eso ha hecho Rajoy, con la maestría rajoyista a que nos tiene acostumbrados: no moverse, para que tampoco puedan moverle a él del sillón.

Compartir el artículo

stats