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El color no es del cristal con que se mira

Todo superhéroe tiene un punto débil, un lado ciego al que su poder no alcanza y que los hace invulnerables a sus enemigos. El de Linterna Verde, el guardián intergaláctico que protege la Tierra desde Coast City, es un color: el amarillo. En presencia de cualquier prenda, objeto o haz de luz de este color primario, su anillo de poder, la joya extraterrestre que le otorga la capacidad de crear proyecciones sólidas de sus pensamientos, se vuelve ineficaz. Colapsa.

Esto se debe a que el amarillo, dentro del universo de ficción que plantea el cómic, es el color del miedo y el opuesto al verde, que representa la voluntad. Unas asociaciones que, fuera de Coast City, pueden resultar chocantes ya que, sin ir más lejos, en países como Francia el verde se asocia con la mala suerte.

"Definir el color no es un ejercicio fácil. No sólo porque a lo largo de los siglos sus definiciones han ido variando según las épocas y sociedades, sino porque, incluso limitándose al período contemporáneo, el color no se percibe de la misma manera en los mismos continentes. Cada cultura lo concibe y lo define según su entorno natural, su clima, su historia, sus conocimientos, sus tradiciones", advierte Michel Pastoureau en la introducción a su libro "Los colores de nuestros recuerdos", de reciente publicación. Una recensión entre lo erudito y lo autobiográfico en la que el historiador reflexiona sobre la naturaleza de los colores y cómo las sociedades y los individuos van asociando las distintas tonalidades a virtudes y defectos, a vivencias y recuerdos. Unas percepciones en mutación continua que se alteran por las creencias y las experiencias, pero también por circunstancias más prosaicas como las modas o los procesos de propaganda política.

Un ejemplo de la condición subjetiva y mutable de los colores la encontramos en la película "Del Revés". En la cabeza de una adolescente, cinco emociones, asociada cada una a un color, deciden su comportamiento. "Tristeza" es azul, "Miedo" es morado, "Ira" es rojo, "Asco" es verde y "Alegría", de un amarillo dorado. Otro ejemplo lo vemos cada fin de semana, en todos los campos de fútbol. La zamarra de cada equipo recoge una herencia histórica que, en muchos casos, se inicia con un evento casual o fruto de la necesidad, antes que con las supuestas virtudes que adornan al club. No es casual que en la Premier League inglesa proliferen los equipos con camiseta de color rojo, asociado a la fuerza.

En España, "La Roja" es la zamarra de la Selección Española, que durante el franquismo fue objeto de un requiebro político. Tras la Guerra Civil, el uniforme del combinado nacional había mutado del rojo original, adoptado durante las Olimpiadas de Amberes de 1920, a un azul de reminiscencias falangistas. Pero en 1947, con el régimen inmerso en un proceso de "desfascistización", el entonces Delegado nacional de Deportes, el general Moscardó, decidió retornar a la tonalidad original, aunque enmascarada como "encarnada" o "rojo sangre de toro" -expresión esta última vinculada a las fajas militares y que ya había hecho fortuna antes del franquismo- para evitar la asociación con el "ejército rojo" al que los "nacionales" habían combatido en la "guerra de Cruzada".

Este tipo de usos políticos de los colores marca también el mundo de la vexilología. La bandera rojigualda que identifica la nación española nace en tiempos de Carlos III, que adopta la enseña en 1785 para sus buques de guerra, con el objetivo de evitar las confusiones que se daban, en alta mar, con el paño blanco de la bandera borbónica. Con la guerra de la Independencia, hito clave en la construcción de la identidad nacional de España, se populariza su uso y, en tiempos de Isabel II, se adoptaría ya como enseña del país.

Con la II República, la bandera se modifica con la inclusión de un tono morado en la franja inferior, en una referencia al pendón de los Comuneros de Castilla. Sólo que esa no era la tonalidad correcta: en realidad, los Comuneros usaban el carmesí, un rojo intenso. Las causas de la confusión no están del todo claras: pudo ser un error derivado de una mala interpretación heráldica o, incluso, fruto de la inesperada intervención del paso del tiempo, pues los pendones de Castilla que se conservaban en algunos consistorios habrían mudado a un tono morado. Un color que, desde entonces, tendría unas connotaciones muy específicas para la sociedad española.

Volviendo al mundo del fútbol, la confluencia de intereses deportivos y sentimentales con los comerciales provoca curiosas soluciones cromáticas. La unión del Chelsea con la marca de ropa deportiva Nike, inaugurada esta temporada, llevó a la empresa a bucear en la historia del club para rescatar el azul auténtico, una búsqueda nada baladí para los "blues", como se conoce a la escuadra londinense, precisamente, por el color de su camiseta. Nike encontró finalmente la tonalidad prometida en una camiseta rescatada desde la década de 1970.

La del color azul es una historia singular. El propio Pastoureau, que le dedicó el ensayo "Azul: historia de un color", considera que la incorporación masiva de las tonalidades azules a la moda fue el desarrollo cromático más importante del siglo XX. Según sus estudios, el azul ya era utilizado por la realeza desde el año 1.000, aproximadamente. Pero será en el siglo XVIII, cuando se empiece a importar desde Europa el índigo americano, que el azul comenzará a sustituir de forma efectiva al negro como tono dominante. Una reflexión que puede resultar chocante en presencia de un cuadro de Johannes Vermeer, que pintó magníficos azules en los ropajes de "La tasadora de perlas", "La lechera" e, incluso, la icónica "Joven de la perla". Carencia no es ausencia, precisa Pastoureau, quien reconoce esta cualidad distintiva de la obra de Vermeer, aunque matizando que el extraordinario pintor flamenco usa los pigmentos habituales de su época, y que lo que lo distingue de sus coetáneos es el trabajo con la luz.

La asociación del azul con una determinada cualidad es también una de las más evidentes. Tradicionalmente vinculado con la realeza, "tener la sangre azul", se vincula también a la divinidad, por relacionarse con el cielo. Pero en inglés, el término "blue" define tanto al color como al sentimiento de tristeza, melancolía incluso. El origen está conectado con una superstición: la de unos diablos azules que rondaban a los depresivos. De ahí viene el nombre del "blues", un estilo musical derivado de las canciones religiosas y de trabajo de las comunidades afroamericanas, que se relaciona también con esos sentimientos melancólicos.

Pero en Estados Unidos también los policías son "azules", en una lógica similar a la de los fans del Chelsea. De ahí la alusión recurrente al color en las series policíacas norteamericanas, desde aquella seminal "Hill Street Blues". Un título que aludía tanto a la condición de agentes de sus protagonistas como al afortunado "blues" que acompañaba los créditos, en un juego de palabras intraducible que, en España, se tradujo asumiendo las connotaciones que los anglosajones atribuyen al color: "Canción triste de Hill Street".

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