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El capitán cerilla

Dicen que el ciclón desgastado que rozó las costas gallegas -poco para la magnitud de su infierno-, ese que respondía al nombre de Ofelia, fue el primero que se vio tan al norte y tan al este. Ahora los huracanes abren sucursal en Europa como si vendieran taburetes o trajes de novia. Y mientras escucho decir al taxista, que es de Bronchales o va por allí, que las tormentas que el verano nos negó, sí que llegaron a Manzanera o a Sarrión, «pero no más arriba», me acuerdo de la cara que ponía Mariano Rajoy cuando le preguntaban por el cambio climático y contestaba que no lo tiene claro su primo meteorólogo de Córdoba. Y la lluvia, ese cartucho contra la sal, esos perdigones de plata que acribillan la tierra cuarteada que se embebe de la sangre de las ganaderías, no llega.

Sí llegan las explosiones ciclónicas, los huracanes, por donde solían, o sea el Caribe y el Profundo Sur para que los Faulkner del terreno puedan contarnos un adulterio o un incesto mientras una vieja ferocidad arranca los tablones de protección clavados en las puertas. Y llegan, además, en convoyes o trenes, un huracán hoy y otro pasado mañana, como si fuera cosa de los ferrocarriles suizos. Y a Rajoy se le ha puesto la cara aún más triste y perpleja, con esa barba que lo mismo puede ser de la Restauración que de sus tiempos de opositor al Registro, sin una veleidad hípster, pongo por caso, no sé si por el incendio catalán o porque el Diablo visitó los montes gallegos (como dijo un labrego de por allá) o por las dos cosas, pero es lo que pasa cuando se concibe el poder como ejercicio del mando y, por tanto, se renuncia a la política, al conocimiento. Perplejo.

El infierno. Cuando suenen las trompetas del Apocalipsis nos parecerá que tocan El Silencio de Rudy Ventura, una cosa, una melodía, antigua, bonita y sabida. Para infierno, las tremendas piras de Galicia y Portugal y California donde arrojamos todo: las viñas, los coches, la gente, la pistola, la hacienda y hasta la voz antigua de la tierra. Digo yo de cuidar la casa prestada o apuntarnos todos a la banda del capitán Cerilla y rematar la faena.

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