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Muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta

Así lo veía y cantara el gran George Brassens en 1972 en su Álbum Fernande y en la canción soberbia que lleva por título Mourir pour des idées y así lo veo yo también hoy. Las ideas son armas tornadizas y muy peligrosas. El no tenerlas es peor que hacer acopio de ellas, es cierto, pero no lo es menos que son de ida y vuelta. Suelen tener vigencia generacional. Cuando una generación queda superada por otra normalmente piensa que nace del cero absoluto y ve como una colección de reliquias «vintages» las ideas que defendieron o atacaron la generación inmediatamente anterior. Ya no son sus convicciones, ni sus vigencias sociales efectivas.

Las ideas progresan relativamente, sí lo hacen si la educación y la historia colaboran como conocimientos a ello, entonces se ve su ardua travesía a través de los tiempos y los ciclos históricos y como unas surgen de otras o se oponen a ellas o se derivan de ellas entroncándose en paradigmas diversos, dispersos o continuos. Pero para que esto ocurra, repito, hay que saber lo suficiente de Historia y de Historia de la Filosofía. Y hoy, a qué negarlo, en nuestro sistema educativo andan las pobres muy malamente.

Pero si no es así lo que ocurre con las ideas es que la gente se aburre de ellas, necesita novedades. Las ideas hace mucho que son también artículos de consumo y como todo en nuestro mercado se usa y se tira.

Ocurre, sin embargo, que esta ligereza no es total. Hay gentes abigarradas y obsoletas que creen que sus ideas bien merecen la muerte, el martirio o la vejación pública. Eso es inmensamente peligroso pues tienden a realizar aquelarres patrióticos varios en un sentido u otro y suelen desde los poderes públicos si los alcanzan a destruirlos en poco tiempo haciendo posible el surgimiento,igualmente peligroso, de las ideas contrarias.

Por eso con su ácida y lúcida ironía cantaba Brassens que está bien que «Muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta» que es la que corresponde a los seres humanos que sólo aspiran a vivir una vida libre y a poseer en lo posible una mente lo menos cicatera posible.

Ya se encarga el todopoderoso rey del mundo, el tiempo, de sepultarnos oportunamente como para que andemos con estupideces dialécticas allanándole el camino. De eso está llena la historia humana para desgracia de la humanidad y de la historia que le es propia.

Nuestro país anda falto de ideas y sobrado de Tartufos indiferentes a la vergüenza y a la decencia pública. La corrupción en nuestros partidos y partidas, el esperpento de Puigdemont que ha logrado el hundimiento para mucho de la sociedad catalana, y de paso ayudar un poco más si cabe, que cabía poco la verdad, a soliviantar sectores que uno creía felizmente en la ultratumba y que de repente, será por el Halloween , resucitan de la noche de los muertos vivientes, véase Santandreu y cosas semejantes, no dan para muchas alegrías y sí para sorpresas desagradables para aquellos que ya sufrimos sus escraches, insultos y algo más, amenazas, hace algunos años en las puertas del CVC donde tuvimos que salir en furgones d ela policia nacional cuando aprobamos el Dictamen sobre la Lengua y este sujeto vino a gritarnos con ajos, estacas y amuletos diversos. Lo creía en la otra vida, pública quiero decir, y sin embargo a elegido el sepelio cívico lento: reaparecer muy inorportunamente ya es desgracia para todos .

Gentes así, como sus contrarios, los de las esteladas y demás parafernalia sólo emponzoñan nuestra ciudad y nuestra convivencia porque no han aprendido el latido lleno de inercia de la democracia consolidada que es España y con ella la Comunidad Valenciana. Nuestro Estado de Derecho funciona y es sólido. Nuestra Constitución es joven y los retoques que precisa no son para destruir el llamado e inexistente «régimen del 78» sino para hacerlo mejor y más adecuado al tiempo transcurrido desde su puesta en marcha y desde la redacción de sus líneas por la ponencia Constitucional.

Que mueran por las ideas aquellos que lo deseen. Pero que nos dejen a los demás soportar la vida, que bastante tenemos con ello, añorando en lo posible una muerte lenta.

A la postre la única verdad es que todas las voces enmudecen y todos los cantos cesan en el osario de la historia, único templo sin dioses del todopoderoso señor del mundo, el tiempo.

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