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2018

1) Conseguir ejecutar unas croquetas decentes.

2) Obligarme a mí misma a acostarme antes y dormir más para poder desempeñar mis tareas como una persona llena de vitalidad en lugar de como el zombi cafeinómano que suele habitar mi cuerpo.

3) Leerme algunos de los seiscientos veinticuatro millones de libros y revistas que me observan cargados de rencor en la estantería. ¡Atrás, monstruos! ¡Noto vuestras miradas de odio! ¡Ya basta! No he tenido tiempo, ¿vale? Soy una señora muy ocupada. Os haré más caso, lo prometo.

4) Aprender a mirar el nivel del aceite del coche, en parte para mejorar mis habilidades como ser adulto funcional, en parte para no alimentar más ese tópico horripilante sobre que las mujeres no entienden de automóviles.

5) Dejar de morderme las uñas.

6) Sacarme de una maldita vez el maldito título B2 del maldito francés, maldita sea.

7) Apuntarme de nuevo a yoga para estar en equilibrio con el universo y, a base de repetir la postura de la gruya, construir un refugio de paz interior al que escapar de los dramas que nos esperan con la formación de gobierno en Cataluña. El conflicto territorial puede esperar, yo tengo que practicar el saludo al Sol.

8) Gritar todas las veces que haga falta que nos están matando y que si la vida de las mujeres vale tan poco es porque la sociedad y los poderes públicos responden con condescendencia a nuestro dolor. Que oye, siento si me hago pesada, pero es que tengo la manía de no querer que me agredan, me vejen y me asesinen, así de tiquismiquis soy yo.

9) Arreglar la bicicleta.

10) No desistir: aunque la precariedad ya esté asumida como un transcurrir aceptable de la existencia, este año seguiré repitiendo cual papagayo con rizos que la vida basada en la incertidumbre, el miedo y la pobreza es mucho menos vida. Da igual con qué eufemismo lo disfracen, en 2018 la desigualdad va a seguir sin ser una tendencia cool.

11) Vencer mi sempiterno miedo a la burocracia y dejar de caer presa del pánico cada vez que tengo que realizar cualquier trámite con la Administración.

12) Poner algo de orden en el caos primigenio al que en ocasiones denomino armario. Y hacer una limpieza general e intensiva en la cocina, que falta le hace.

13) Teñirme el pelo de fucsia, pues soy muy joven y alocada y no pasa nada si este año cumplo los 30. Nada de nada de nada. Ninguna crisis de edad. No es que sienta que estoy perdiendo mi juventud sin darme cuenta y que se me acumulan las metas pendientes o algo así. Aquí no hay nada que ver, circulen (se retira a un rincón oscuro a llorar).

14) Montar ese mueble de Ikea.

15) No olvidarme de que el Mediterráneo es una fosa común alentada y deseada por el sistema racista en el que vivimos, el mismo que trata a nuestros congéneres como a ganado sarnoso por las coordenadas de su pasaporte y las tonalidades de su piel. Aunque el tema no esté de moda, aunque no parezca importante. Aunque la inmensidad de la catástrofe humanitaria nos abrume y nos haga sentir inútiles. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve seguir respirando un año más si el mundo nos produce indiferencia?

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