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Aventuras y desventuras de Pitita Pijiguarra

No le he pedido nada a los Reyes Magos, pero ellos son muy cumplidos y nunca faltan a su cita. Otra cosa es que traigan lo que se les ha pedido o que dejen de traer lo que no se les ha pedido. Como todo asunto bíblico, los Reyes Magos tienen designios inescrutables y a mí me han designado un personaje, que es lo que le conviene a un escritor.

Igual que a Unamuno se le aparecía Augusto Pérez en Niebla, a mí me viene rondando hace tiempo Pitita Pijiguarra. No sé si es que cada autor tiene el personaje que se merece o es que en esto actúan las leyes de la casualidad o de la causalidad, el caso es que Pitita me visita en sueños premonitorios y contra la fatalidad no se puede luchar. Ha venido a quedarse, porque los hados lo han decidido y porque ella es así de cabezota y de puñetera.

Pitita Pijiguarra, aunque sea un personaje de ficción, es muy auténtica. Tan auténtica como su rubio de bote. Entre sus sólidos principios está el de que nunca le salgan a delatar las raíces negras en sus cabellos rubios como los trigos a la salida del sol. Para eso va cada diez días a la peluquería, que es otro de sus muchos afanes de mujer atareada; ser rubia, lo más rubia posible. Eso no la quita de ser castiza, por supuesto. Ella es española como la que más; le encantan las sevillanas, adora los toros y es una ferviente rociera, pero sabe que el rubio es una seña de distinción entre las españolísimas como la ropa de marca. Todo lo que lleva Pitita es de marca, de muchísima marca, desde las botas a las gafas va sellada la mujer de marcas bien visibles en garantía de calidad como los jamones de pata negra. Es una pija de cinco jotas. Eso no quita para que, aun siendo de lo más tradicional, luzca a su vez provocativa.

Ello explica su querencia a los estampados de leopardo y los vaqueros muy ceñidos en glúteos y entrepierna. De algo tienen que valer tantas horas dedicadas al gimnasio, al esquí y la equitación. Ya he dicho antes que es una mujer muy, muy atareada, aunque su trabajo no sea de oficial remuneración.

Pitita se sacrifica con sus oficios, pero no reivindica nada ¿Qué es eso de que las mujeres sean iguales a los hombres? Qué va chica, por Dios. El hombre que trabaje, la mujer a sus cosas ¿no es eso mucho mejor?, comenta Pitita con su talante más reflexivo.

Pitita defiende el atávico papel de las mujeres en el hogar. De las mujeres que no sean ella, por supuesto. Ella necesita mucho tiempo para ir al gimnasio, la peluquería y el salón de belleza. Por eso ha contratado a una paraguaya para que haga las labores de la casa y a una peruana para que atienda a los niños. Ella es muy moderna y nada racista, claro que no. Tiene las cosas muy claras.

Quique, su marido, es también un chico de buena familia. Se casaron sin demasiado amor, por la conveniencia de reunir los capitales de sus respectivas y potentadas familias en una única herencia y les va divinamente. Digan lo que digan, el matrimonio que se basa en el interés es mucho más sólido que el que se basa en el amor. Como dice la ópera de Bizet, «el amor es como un pájaro que no se puede enjaular», pero lo que se guarda en una caja fuerte de Suiza crea lazos cada vez más prietos con el paso de los años.

Comentan las malas lenguas que Quique es adicto a los clubes lujosos de alterne y frecuenta poco la casa. Nada importante para Pitita; ellos tienen una relación abierta, que es asunto de parejas civilizadas y progresistas. A Pijiguarra le van también los jovencitos y hace estragos entre los amigos de su hijo, como a la señora Robinson en El graduado.

La moral es cosa de clases bajas, muy bajas, sólo ellos se matan por asuntos de honor. Los matrimonios de alcurnia son más flexibles y mucho más duraderos, comenta Pitita.

Pitita Pijiguarra me explica todo eso con su voz grave, trabajada por su asiduidad al tabaco rubio y los gintonic al atardecer. Sus gafas de marca acaballadas sobre su falsa melena rubia le otorgan un grado de coronada sapiencia.

-No soy feminista, soy femenina- me dice.

Trabajar no es que le encante, pero se ha buscado un curro en una oficina a base de contactos. Eso la ayuda a entretenerse. La mayor parte del tiempo la pasa desayunando, hablando con estas y los otros; haciendo relaciones públicas que se llama.

Por su ferviente españolidad, a Pitita le indigna muchísimo el problema de Cataluña. Incluso desde un punto de vista estético, pues ya le ofende sobremanera lo feísimos que son los nacionalistas.

Sus argumentos son tan inamovibles en política como en cualquier otra materia. Ella sabe de todo, aunque nunca dude como dicen que dudan los sabios. Voy a aprender mucho de ella, me parece.

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