Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cataluña se normaliza, pero poco

No habrá nuevas elecciones, pero Puigdemont impone un presidente que provoca a la España constitucional

En teoría, esta semana se ha dado un paso hacia la normalización política. El próximo lunes -si la CUP no lo impide votando en contra- el Parlament de Cataluña elegirá con los votos de JxC y ERC y en segunda votación (66 a 65 y 4 abstenciones) presidente de la Generalitat al editor y activista nacionalista Quim Torra. Finalizará así la excepcionalidad del artículo 155, Cataluña recobrará el autogobierno y los presupuestos del 2018 quedarán definitivamente blindados. Formalmente todo estará mejor.

Si a ello le unimos la admisión oficial por parte de ETA de su derrota, que ya era un hecho desde que en el 2011 renunció al uso de la violencia, cualquier gobierno español debería respirar satisfecho. Mariano Rajoy -cercado por múltiples problemas- ha tenido en los últimos quince días dos noticias prometedoras: la próxima aprobación de los presupuestos que le garantizan poder gobernar hasta el 2020 y el fin de la excepcionalidad en Cataluña.

Sin embargo, la inquietud seguirá dominando porque los problemas no han desaparecido. ¿Son más relevantes los inconvenientes que las ventajas? No, pero tampoco hay duda de que el escenario que se dibuja no estará exento de serios conflictos. Carles Puigdemont ha ganado la batalla interna del independentismo y ha impuesto como candidato a presidir la Generalitat a un hombre de su total confianza, diputado de JxC pero sin adscripción partidaria. Se garantiza así -al menos por el momento- continuar dirigiendo la acción política de la Generalitat.

Torra quizás no sea un títere, pero su única fuente de poder es el favor presidencial. Tampoco tiene detrás experiencia política. Su carrera es la de un activista cultural independentista. Y su pasado, como encargado de los actos del bicentenario de 1714, nombrado por el Ayuntamiento de Barcelona del convergente Xavier Trias, es de gran radicalidad separatista. Los tuits, aunque ahora se disculpe a medias, están ahí. Es pues, para la España constitucional, el candidato más provocador -sin causa judicial- que se podía elegir.

Torra seguirá la estrategia de Puigdemont de utilizar las instituciones para intentar erosionar el poder del Estado y el prestigio de España. Pero ¿hasta dónde podrá llegar? Un gobierno no puede vivir instalado en la protesta, necesita tomar decisiones y gobernar. Y será un gobierno pactado en el que al menos la mitad de sus consellers -los de ERC- no estarán sólo por la confrontación. Empezando por el que será vicepresidente, Pere Aragonés, ERC cree que el secesionismo con el 47,5 % de los votos no tiene respaldo suficiente para una vía unilateral y que sólo aumentará los apoyos con una correcta gobernación. Además, en una clara muestra de querer afirmar perfil propio, el jueves -antes de que Puigdemont anunciara el nombre de Torra- el diputado Joan Tardá ya facilitó el de dos de los miembros de ERC del nuevo gobierno.

Puigdemont apuesta por la radicalidad, pero sigue pasando por el aro constitucional. Fue a las elecciones convocadas por el 155 y ahora propone un presidente sin causas judiciales. Para Rajoy, Torra es un problema. Pero peor habrían sido dos meses más de inestabilidad total con una campaña electoral crispada y un resultado imprevisible pero que alguna encuesta -la del CEO de la Generalitat intervenida del viernes- indica que habría confirmado no sólo la mayoría independentista sino también un fuerte avance de las CUP.

El otro problema para Rajoy es que el bloque de centroderecha, formado por PP y Cs, está agrietado. Albert Rivera votará los presupuestos porque ni el electorado del PP al que quiere seducir, ni el mundo económico, ni los líderes a los que se quiere aproximar para las elecciones europeas del 2019 (Emmanuel Macron en primer lugar) entenderían lo contrario. Pero falta sólo un año para esas elecciones -y las municipales y autonómicas- y Rivera necesita singularizarse para obtener un resultado que le permita ser el ganador en las generales del 2020.

Pero lo discutible de la estrategia de Rivera -y lo más peligroso para Rajoy- es que parece decidido a marcar las diferencias con el PP (y el PSOE) exigiendo un trato más severo al independentismo catalán. Lo ha hecho esta semana acusando a Rajoy de laxitud ante el separatismo y abogando por que el 155 no se acabe hasta que el nuevo gobierno catalán no respete la Constitución. Esta última exigencia contradice lo aprobado por el Senado (con el respaldo del PP, Cs y el PSOE) y plantea un serio problema. ¿Puede estar el 155 en vigor indefinidamente?

Europa ante el Trump de Irán

El presidente Donald Trump distorsiona más el difícil orden mundial. Esta semana ha dado una buena noticia. El anuncio de su encuentro en Singapur, el 12 de junio, con Kim Jong-Un. El desafío nuclear de Corea del Norte puede estar entrando en una nueva fase. Pero la otra noticia -la ruptura del pacto nuclear con Irán- es mucho peor y ha generado preocupación e indignación en todo el mundo (excepto en Israel y Arabia Saudí). Primero porque fue un pacto laboriosamente conseguido en el 2015, durante la presidencia de Barack Obama, que generó un gran consenso internacional. Las consecuencias para Oriente Medio, para Europa y para el precio del petróleo de la decisión de Trump sólo pueden ser negativas.

Pero lo más preocupante es la frivolidad con la que el presidente americano -apoyado ahora por un consejero de seguridad y un secretario de Estado más unilateralistas- rompe acuerdos internacionales relevantes: el pacto del cambio climático de París, el libre comercio mundial con la amenaza del proteccionismo… Trump está generando dudas sobre si Estados Unidos es un país fiable. Está dañando la autoridad material y moral de un país que -pese a todas las críticas- han sido el pilar de la seguridad, el multilateralismo y el progreso económico mundial desde 1945.

Europa ha vivido y ha progresado estos años bajo el paraguas americano. ¿Qué hacer cuando el paraguas se esfuma? Es evidente que exigirá un mayor esfuerzo militar y una mayor unión política. Pero eso es fácil de predicar que de llevar a la práctica en las opciones presupuestaria de los Estados y en sus cesiones de soberanía.

El jueves, Emmanuel Macron recibió en Aquisgrán el relevante premio Carlomagno y la ‘laudatio’ estuvo a cargo de Angela Merkel. Son dos convencidos e inteligentes europeístas. Abordaron el asunto. Merkel dijo: «Europa ya no puede esperar que Estados Unidos la proteja de los conflictos mundiales, muchos de los cuales tienen lugar a las puertas del Viejo Continente». Algo similar había dicho ya tras las primeras andanadas cuando Trump llegó a la Casa Blanca a principios del 2017.

Pero desde entonces Europa ha avanzado muy poco. Y la próxima semana, Italia puede estar en manos de un gobierno populista y antieuropeista. El gran peligro de una Europa dividida es la irrelevancia. Y en el mundo de hoy, la irrelevancia acarrea incapacidad para garantizar la seguridad, el progreso económico y las libertades democráticas. Confiar sólo en que Trump caerá quizás sea un buen deseo, pero no es una actitud responsable.

Compartir el artículo

stats